Aquellos días azules...
és un cant a la infància, un cabaret poètic, un poema de concerts, un desafiament als monstres que vivien dins l’armari, als primers estius com una coartada perfecte, als pares més joves, als avis encara vius, a la nit de reis, als anys que comptaven amb dues mans, a les veïnes pèl-roges que no ens feien cas, al misteri dels adults, a les tardes de berenar i pilota, al futur que llavors encara no existia…
Eren els nostres dies blaus.
Aquellos días azules o Azules días de actores
Hay muchos tipos de teatro. El teatro institucional, el vanguardista, el rompedor, el de lucha social. Podemos hablar de producciones maravillosas o puestas en escena espectaculares. Claro, el teatro de nuestros días tiene mil opciones. Pero hay un teatro- que acaso sea el más antiguo y el que más se acerca siempre a la vanguardia, exactamente por eso mismo: por tener encima una tradición milenaria- que siempre nos atrapa, que es entrañable y profundamente humano: el teatro del actor, donde sólo están él y sus herramientas.
Sólo eso y todo eso.
Aquellos días azules es una obra que habla de la infancia, de la poesía y del amor. Una obra espléndidamente actuada y dirigida, con una dramaturgia original de excelente factura. Nunca sabemos si Robert González, Jordi Llovet y Joan Solé, son tres músicos que actúan o tres actores que hacen música; pero es que todas las fronteras se adelgazan: entre la infancia y la adultez, entre hombre y mujer, entre sueño y realidad. Meten en el escenario del Circol Maldá todos nuestros miedos de niños, todas nuestras risas, nuestro primer beso, nuestros juguetes y toda la poesía que, aunque el mundo cotidiano se esfuerce en quitarnos, existe en nuestras vidas. No necesitan nada más que sus cuerpos, sus voces y sus instrumentos musicales.
Habla de esos años idealizados donde nos creíamos libres pero estábamos atados a los adultos, donde comenzaron nuestras limitaciones y, a pesar de ello, siempre queremos regresar. Pero lo interesante es que nos recuerda, sobre todo, lo extraordinario que son esos seres llamados actores: Sus posibilidades infinitas, su capacidad para mostrar lo que no existe, para atraparnos, para cambiar nuestro estado de ánimo, para reconciliarnos con todos los días de nuestra vida que no fueron azules.
Shakespeare se preguntaba en Enrique V cómo meter las praderas de Francia en un escenario y su propia respuesta establece la condición única del espectáculo teatral: que las describa un actor.