Human love, love divine

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Crítica: Human love, love divine

11/08/2019

Human love, love divine

per Enid Negrete

Por segundo año consecutivo, el Festival de Peralada nos deja disfrutar de la música de George Frederich Haendel (1685-1759) en el marco de la hermosa Iglesia del Carmen. En esta ocasión con este concierto que lleva por subtitulo el justificado nombre de El Haendel más divino.

Quizá el mayor acierto de este concierto sea el repertorio seleccionado. El universo de Haendel es una de las grandes riquezas de la música universal, paradójicamente, por lo original y personal de su escritura. Su trabajo con la voz humana, heredero de toda la tradición italiana que él va a aprender en su formación directa en ese país, así como su constante juego de situaciones dramáticas, caracteres de sus personajes y la relación siempre sorprendente entre la voz y los instrumentos, son algunos de los ejes que ese universo nos depara.

El programa nos acera a arias, dúos y piezas orquestales tocadas poco frecuentemente, y cómo siempre, arriesgarse por los caminos menos transitados del repertorio tiene grandes recompensas tanto para el ejecutante como para quien lo escucha.

Por ejemplo el Entrée des sognes funestes, una pieza fuera de lo común en la creación haendeliana, casi anunciando las tormentas de Rossini y hablándonos del tortuoso mundo de las pesadillas, desde un uso muy original de la cuerda. También podemos mencionar esa conversación extraordinaria entre la soprano y la trompa, que hace plena justicia a su nombre: Eternal source of light divine, porque si alguna vez la luz divina tuvo un sonido, tendría que ser este Haendel le escribió.

La ejecución de esta aria tiene que considerarse lo mejor de la noche. Núria Rial, una soprano de voz perfecta en tamaño, sonoridad y timbre para este repertorio, nos regaló un concierto lleno de sutilezas, con un cuidado especial en el fraseo y una coloratura muy clara. Y, aunque su primer aria mostró algunos problemas de respiración, la verdad es que su trabajo a lo largo de la noche fue excelente.

Por su parte Juan Sancho abordó el repertorio con mucha limpieza y un timbre muy agradable de tenor, aunque se agradecería un poco más de proyección y más matices en su interpretación.

La música de Haendel no es fácil para ninguno de sus ejecutantes. A todos, orquesta, solistas y cantantes les exige virtuosismo, agilidad, frase y expresividad por partes iguales en todas su partituras. Se debe admitir que en este caso la agrupación Capella Cracoviensis es un ejemplo de profesionalismo y buena praxis sin exhibicionismos, ni alardes, sino con pulcritud y precisión.

Su director,Jan Tomasz Adamus, siempre estuvo al servicio de la música y nunca ocupó un lugar protagónico, como era normal en el siglo XVIII, cuando los directores dirigían desde el clavecín y eran considerados un músico más. Humildad que habla muy bien de él, sobre todo después de un trabajo tan bien hecho.

El espectador agradecerá siempre escuchar música nueva, sobre todo cuando fue escrita hace cuatrocientos años y tan buenos ejecutantes logra que la sintamos como nuestra.