La idea inicial de Xostakóvitx era la d’escriure una trilogia d’òperes sobre els destins tràgics de dones russes al llarg dels segles; només en va poder escriure una: Lady Macbeth de Mtsensk.
Obra mestra del segle XX, és un drama ombrívol i existencial basat en una història de Nikolai Leskov del 1865, època en què la literatura russa estava obrint-se camí al món amb autors com ara Tolstoi o Dostoievski. La partitura va ser un èxit de crítica i es va fer popular immediatament a la Unió Soviètica, però va caure en desgràcia dramàticament després que Stalin assistís a una de les funcions a Moscou l’any 1936.
Un article anònim al “Pravda” denunciant l’obra va fer témer Xostakóvitx per la seva vida. No va tornar als escenaris fins a l’any 1970. Des d’aleshores, ha recuperat el seu lloc legítim.
Con perfecta salud y vigencia, el incuestionable lenguaje de Shostakóvich inundó nuestros sentidos hace unas semanas en el Liceo. Es difícil digerir una experiencia de ese nivel rápidamente.
Frente a una partitura extraordinaria, que ocupa el lugar de personaje principal, un montaje acertadísimo en su estética y un conjunto de cantantes que, fuera el primer o el segundo elenco, crearon los personajes desde la verosimilitud más precisa tanto vocal como interpretativamente, ¿Qué se puede decir?
¿Por qué se habla de una obra extraordinaria? La revolución rusa de 1917 fue un movimiento que generó un alud de esperanzas sobre las relaciones humanas, mismas que fueron destruidas muy rápidament por el stalinismo y que generaron esta obra, tan crítica a la degradación de una sociedad que se consideraba idílica pero que en realidad tenía la misma podredumbre de la naturaleza humana. Es muy difícil pensar en una ópera que retrate con tal exactitud, humor negro e ironía este proceso y eso es responsabilidad tanto de la partitura de Shostakovich como del libreto de Alexander Preiss y el propio compositor.
Es fácil entender su censura por una dictadura y se agradece infinitamente su rescate por parte de Rostropovich en los años 70. Lo que no es fácil es entender que no tengamos más óperas de Shostakovich, dos obras maestras saben a poco cuando se oye esta riqueza de lenguaje logrado a los 26 años.
Esta vez no podemos más que aplaudir el montaje de Alex Ollé, centrado en la prisión interna de la protagónica (espléndidamente representada en ambos elencos por Sara Jakubiak con una enorme soltura vocal y escénica y Ángeles Blancas con una entrega sumamente verosímil), un dormitorio que es su prisión sexual, intelectual y humana. Una estética oscura, asfixiante y minimalista permitía la dureza de la acción durante todos los actos de este viaje por lo peor del alma humana.
Mención aparte se debe hacer del excelente trabajo que logró Josep Pons con la orquesta, que se llevó, merecidamente, la mayor ovación de la noche. En esta obra la orquesta es el personaje principal de la ópera, la manera en que dialoga con los cantantes y su papel es mucho más que la creación de la atmósfera de la acción, todo lo cual cumplió con nota la orquesta del Gran Teatro del Liceo en esta ocasión.
Ha sido uno de los mejores comienzos de temporada que se recuerdan.