TÍTUBA. BRUIXA, NEGRA I RAMERA és la història, basada en fets reals, d’una dona negra, acusada de bruixeria i després oblidada per la història.
La protagonista compareix davant el públic per portar-lxs amb ella -fins i tot amb la seva escombra- a aquell passat on va fer que el dimoni devastés el seu poble. O això diuen. Diuen que conjurava als morts, desfermava tempestes, embruixava als homes, i que va obligar a unes nenes a beure sang, nues, al bosc, per fer-les servidores del mal.T ítuba repassa la seva història per demostrar la seva innocència i tenir, quatre segles més tard, un judici just. I també per advertir a altres dones del perill que corren de ser condemnades… perquè encara que passin els segles, les dones són penalitzades sistemàticament per ser lliures… però ja se sap: totes les dones són feres, pàries, bruixes i rameres.
En pleno verano, alejada de las fuerzas gravitatorias del Grec, se estrenaba una nueva sala de teatro en Barcelona: Periferia Cimarronas. El nombre -en femenino- de los esclavos negros rebeldes. Un espacio de reivindicación cultural, feminista y de encuentro de la diáspora afrodescendiente. Que esté enclavada en Sants, cooperativista y contestaria, parece lo más natural. Actitud viva y con justicia poética. De camino, la calle Joan Güell ha sido borrada del callejero. Una acción nocturna ha rebautizado la vía como “Carrer Núria Feliu”.
Local en construcción. La futura tienda de comercio justo, la zona de exposiciones, el bar. Al fondo la puerta que lleva al teatro. La sala pintada de negro, sin escenario elevado. El público repartido entre una pequeña grada frontal y sendas filas laterales. Espacio desnudo, excepto por un podio y un estilizado árbol de cuerda de yute que evoca una naturaleza sureña, con “musgo español” colgando de sus ramas, aunque el referente histórico y dramático que nos ha convocado esté en la fría Nueva Inglaterra, en Salem.
Aquí las actas judiciales y Arthur Miller sitúan el episodio de histeria colectiva y fanatismo puritano que en 1662 llevó a detener y torturar a 150 mujeres y condenar a muerte a veinticuatro. Todas sentenciadas por brujería. Denise Duncan ha preferido hurgar en los testimonios reales antes que rehacer el drama para escribir un monólogo que transforma un personaje secundario para Miller en única protagonista. Con un discurso igual de político: la metáfora macartiana reemplazada por la vindicación de una mirada no patriarcal y sincrética. La caza de brujas como reacción violenta a la disidencia de las mujeres, sobre todo si la pobreza y la etnia se entrecruzan. El relato de una superviviente que regresa del pozo del pasado para enfrentarse a un nuevo juicio para asumir su defensa con voz propia.
Ella es Tituba, esclava nacida libre en las Barbados que cuida de la familia del reverendo Samuel Parris. Una de las primeras acusadas y ella misma acusadora. Duncan, como ya hicieron las antillanas Jean Rhys en Ancho mar de los Sargazos con la criolla confinada en la torre en Jane Eyre o Maryse Condé con la propia Tituba, desplaza el foco y lo coloca sobre las más invisibles de las invisibles. Un ejercicio de empoderamiento atemporal que ha confiado en Kathy Sey. Su primera interpretación teatral en solitario. El inicial titubeo -como si tuviera que acomodar su energía a la presencia tan próxima del público- deja pronto paso a una actuación que repudia casi todos los filtros que suelen añadir los intérpretes entre ellos y sus personajes, además de usar a su favor sus conocidas dotes como cantante. Una interpretación in crescendo que acaba por imponerse a cualquier riesgo que la tesis domine sobre la teatralidad.
Un buen equilibrio entre el discurso que construye la autora y directora y la verdad del convencimiento que expresa un cuerpo-símbolo: el de una mujer estigmatizada por ser negra, por ser sabia sin el apadrinamiento de la ciencia de los hombres, por ser libre y ajena a una moral represora. Por ser todo aquello que los otros y su miedo sólo saben reducir a una palabra: bruja.