Una escriptora fa una conferència davant d’unes joves estudiants, el 1928. Les seves paraules, iròniques i afilades, són el relat viu d’un descobriment: per dedicar-se a la literatura, una dona necessita diners i una habitació pròpia. Només fa nou anys que se li ha concedit el vot a la dona.
La dinàmica d’aquesta falsa conferència és una experiència imaginària, vívida i humorística, que es basa en el llibre homònim que l’escriptora va publicar el 1929. L’assaig es basava en una sèrie de conferències que Woolf va dur a terme als colleges femenins de Cambridge sobre dones i literatura. “Els vaig dir suaument que beguessin vi i tinguessin una habitació pròpia”. L’espectacle desemboca en algunes de les idees intel·ligents i d’aparença senzilla sobre el lloc al món de les dones, en el moment la major revolució social de tots els temps: la igualtat d’homes i dones davant la llei.
Como espectador a veces hay que tomar decisiones y añadir alguna cláusula propia al contrato entre público y escena. A los pocos minutos de empezar en la Beckett Una habitación propia de Virginia Woolf, libro transformado por María Ruiz en un monólogo para Clara Sanchis, urge encontrar una voz que interceda entre autora e intérprete. Una tercera mujer que se ajuste mejor a la presencia escénica que ha construido la directora. Woolf lo pone fácil: puede ser una de las cuatro Mary de la tradición popular escocesa que ella propone de buen principio como narradora. Sólo poniendo esa distancia, la atormentada personalidad de la escritora no interfiere en la percepción del buen trabajo en solitario de la actriz.
Mary será la protagonista de un espectáculo de espíritu ligero a partir de sendas conferencias que Woolf ofreció en dos college femeninos de Cambridge en 1928. Sanchis domina el escenario con la seducción de una cuentacuentos de miradas cómplices. Como quien mira a un niño a punto de abrirle un mundo de fantásticas revelaciones. Dibuja gestos volados en el aire para describir la parábola de un sedal lanzado al agua. Se mueve con grácil desenvoltura alrededor de un escritorio y una alfombra persa que para Brook sería todo un ancestral escenario. Paladea cada palabra con la intensidad poética de una rapsoda y toca de manera entusiasta el piano para que suene a música incidental de una película muda. Y así las hojas de una conferencia académica se transforman en un relato chispeante servido por un personaje imaginario que ha tomado prestadas las reflexiones protofeministas de Woolf. Es esencial mantener fijada esa ficción para que el discurso y el trabajo interpretativo funcionen sin el contrapeso de una biografía tan importante como su creación literaria.
Sin esa carga documental se disfruta más del talento de una gran actriz y se atiende igualmente a la crítica que se lanza sobre la crónica pobreza de las mujeres -vetadas a ser propietarias de sus bienes, como cien años antes ya denunciaba Jane Austen-, el sesgo patriarcal del canon literario, el ostracismo intencionado sobre las mujeres artistas, la reivindicación de los cuidados y el desprecio a las virtudes metafísicas de la mitad de la humanidad. Sólo su perspectiva burguesa y su defensa de una vida de rentista -aunque la ociosidad sea el mejor espacio liberador para la creación, además de una habitación con cerradura y llave- señalan un punto de vista más del pasado que del presente.