Natalie Dessay, una de les poques cantants també reconegudes per les seves qualitats actorals –memorables les seves interpretacions en el Liceu de "Manon" i "Ophélie"–, torna amb un concert dedicat a les escenes de "Giulio Cesare" de Händel. La soprano francesa estarà acompanyada per Le Concert d’Astrée, orquestra barroca amb què ha establert una col·laboració estable cada cop que s’apropa a aquest període artístic.
La soprano francesa más famosa de los últimos años llegó al Liceo para darnos un enorme regalo a manera de despedida. Desde hace un año, Natalie Dessay anunció su retiro y con ello la aceptación de muy escasos compromisos, dedicados todos ellos a decir adiós a los teatros en los que triunfó.
En el escenario del Gran Teatro del Liceo pudimos disfrutarla haciendo una inolvidable y apabullante Ofelia, una pasional Manon y hace poco tuvimos el privilegio de verla salir a morir como Antonia en Les contes du Hoffmann. Esta noche, hizo algo que me sigue pareciendo algo parecido a la alquimia: sin escenografía, sin iluminación teatral y con un vestido de concierto, ella fue Cleopatra.
A pesar de lo que digan los aficionados más recalcitrantes de la ópera, nuestro siglo le ha dado a este género cosas de enorme valor: la difusión mundial, la verosimilitud dramática, la integración de las demás artes escénicas y, sobre todo, una generación de intérpretes que son por igual actores que cantantes.
Normalmente, se tendría que hablar de la perfección de su técnica (aunque esta vez no hizo ningún alarde con sobre agudos, hay que decir que sus coloraturas siguen siendo una cascada cristalina) o de su cuidado en el estilo del canto, o cómo sus interpretaciones son capaces de dar mil matices a una sola frase, pero es que hay mucho más que eso. La Dessay es una de esos seres de la escena, que dejaron de ser una buena cantante o una gran intérprete, para convertirse en una artista. Cada una de sus interpretaciones es una creación que responde a su tiempo y hay muy pocos que pueden hacer eso.
Escoge una orquesta de sonoridad perfecta, con solistas de enorme calidad, con un contratenor de fraseo exquisito y muy cuidadoso con el estilo de la ópera barroca, con una directora entregada y precisa, para darnos un espectáculo sin exabruptos pasionales pero lleno de emoción. El conjunto al completo está al servicio de la música de Haendel no de la Dessay y eso es realmente sorprendente en un concierto de despedida.
A pesar de que dio dos ancores -una oda para la Reina Ana, escrita en 1713 y la repetición del dúo final con el contratenor- a todos nos supo a poco, porque, como decía una espectadora de Caruso, cuando comenzaba a cantar uno sólo esperaba que no acabacara nunca.