Dues de les veus predilectes de la constel·lació liceista. El Liceu ha estat un teatre amb gran tradició per a les grans veus: Caballé, Tebaldi, Carreras, Sutherland, Aragall, Domingo... Si cada generació d’espectadors té els seus referents, actualment, d’entre les estrelles de la constel·lació liceista, destaquen dues veus predilectes: Sondra Radvanovsky i Piotr Beczala. Les seves actuacions al Liceu, junts o per separat, han esdevingut nits memorables, pàgines que seran difícilment oblidades.
Aquesta és l’oportunitat de tornar a retrobar-nos amb dos artistes carismàtics i generosos que ompliran de so i energia la nostra sala. Àries i duets en els quals la complicitat, la tècnica i la musicalitat seran les protagonistes.
Reunits a l’escenari en una conjunció que promet un espectacle ineludible i un dels concerts més prometedors de la temporada. Una nova mostra de l’idil·li entre ells i el públic del Liceu.
Por fin se volvió al Liceo. No importó esperar una hora para entrar, nadie se quejó de tantas restricciones. Queríamos oír ópera.
En medio de un teatro con la mitad de sus espectadores habituales, todos cubiertos con mascarillas y con asientos vacíos de por medio, resonaron aplausos interminables a la salida de los dos solistas, Radvanovsky y Beckzala, además de su pianista acompañante, Radicke; tantas y tan emocionadas aclamaciones que provocaron las lágrimas de la soprano, quien tuvo que interrumpir su discurso de bienvenida: "Es un honor ser nosotros quienes actuamos por primera vez después de seis meses de silencio en la historia de este teatro."
Beckzala inició con “Quando le sere al placido...” de Luisa Miller de Giuseppe Verdi, con un fraseo interesante y su acostumbrada musicalidad, pero fue el pianísimo que creció hasta lo increíble en la primera frase del "Pace, pace mio dio..." que cantó Radvanovsky, lo que rompió un silencio de asombro y recordó a todos los espectadores qué era lo que no habíamos tenido los últimos seis meses.
El recorrido duró hora y media: Desde la pasión desbordada de Andrea Chenier, (con Beczala un poco incómodo con la exigente tesitura de la partiura de Giordano, pero con una muy cómoda Magddalena para la Radvanovsky, y un dúo de digna mención), hasta el dúo de Un ballo in maschera cantado con el más puro estilo verdiano, pasando por un buen "E lucevan le stelle..." de Beckzala, un aria de Cavalleria Rusticana muy emotiva (aunque con algún error en el texto), una Manon tremendamente conmovedora y un inolvidable "Vissi d'arte", cuyos filados y pasos limpios de pianísimo a forte y de regreso, quizá formen parte ya de los recuerdos míticos del teatro.
Por supuesto que el público pidió ancores, dos de cada uno para ser exactos. Beckzala interpretó un aria de la poco conocida Halka, especialmente interesante y un excelente "Pourquoi Me Revéiller..." del Werther, que nos recordó cuando lo bisó en este teatro tres años atrás.
Mientras la Radvanovsky nos deleitó con el aria de la Luna de Rusalka y, quizá, una de las mejores interpretaciones que se han oído en ese teatro de la famosa aria "Io son l'umille ancella..." de la Adriana Lecouvreur que se volvió doblemente emocionante, no sólo por su magistral ejecución sino por el sentido de su texto en un momento en el que todos tememos el futuro de nuestras voces. Cerraron con la divertida versión de un dúo de la operetta La viuda alegre.
Camilo Radicke hizo un estupendo trabajo, desde el piano, afrontando partituras especialmente complejas y fraseando con ellos. Todo un tour de force para el pianista que no tuvo descanso alguno, ya que el recital no contó con ninguna pausa.
Beckzala es un tenor sólido, seguro, buen músico y buen intérprete, quizá podríamos pedir un poco más de homogenieidad en el registro completo o que aborde papeles más líricos que es donde luce más su voz, pero es incuestionable su calidad.
La Radvanovsky es otra cosa. Belleza pura, esa destreza técnica que se vuelve emoción, esa elegancia interpretativa que nunca descarta lo más entrañable, son solo tres de las características únicas de su trabajo alucinante.
Esta noche nos dejó algo claro: su voz puede ser un hermoso susurro cuando quiere, pero nos la llevaremos en la memoria para siempre. Puede estar segura que ni en el nuevo día, ni después, morirá.