Els penjadors es converteixen en un drac, la porta en una màquina de sortilegis i el paper pintat en un vestit de princesa. Aquest és el món poètic i màgic d’Aurélia, una cleptòmana que sobtadament es veu sota el domini dels objectes animats que va agafar “prestats”. Victoria Thierrée Chaplin torna a crear un univers surrealista ple de meravelles i humor per a la seva filla Aurélia. Una figura elegant i etèria que es mou per aquest espai sense regles conegudes, ballant sola o en companyia d’un hússar, el performer Jaime Martínez. Un món familiar per al públic del festival que reconeix la mateixa màgia i sorpresa que traspuava Murmures de murs i L’oratorio d’Aurélia.
Los mágicos mundos del clan Thierrée-Chaplin son siempre un regalo para los espectadores, y más si es la primera vez que descubren su singular universo creativo, plagado de imaginación. En su tercera visita a Temporada Alta, Aurélia ha seducido con las andanzas de una deliciosa ‘amiga de los ajeno’ que cae bajo el dominio de los objetos robados. Estos van cobrando vida –cuadros victorianos, percheros de madera que forman un dragón; mesas, sillas y colgadores andantes, una percha convertida en pájaro o un vestido que enloquece moviéndose frenéticamente-. No importa que en algún momento veamos los hilos, que adivinemos los trucos artesanales que han acompañado la vida de Aurélia desde su infancia, cuando junto con su hermano, James, participaba en las producciones circenses de sus padres haciendo de maletas andantes. Su madre, Victoria –hija de Claplin y nieta del dramaturgo Eugene O’ Neill- vuelve a firmar la creación, dirección, vestuario y escenografía. Sigue fiel al reconocible sello de la casa, a ese ilusionismo de la vieja escuela, tan o más cautivador que los sofisticados números tecnológicos de hoy. Aunque pueden resultar previsibles, nos atrapan esos cuerpos sin cabeza que acaban con la cabeza de un perro, las desapariciones y apariciones, el humor surrealista… Y nos atrapa, especialmente, la elegante y encantadora Aurélia, que gasta la mirada, expresividad e ingenuidad de su abuelo y de las actrices que lo acompañaban en las pantallas mudas. Su presencia es hipnótica. Etérea, onírica, como el mundo al que nos traslada.
La imaginación es el gran pilar que sustenta las poéticas y fantasiosas creaciones de Victoria, donde sobrevuela siempre el espíritu de Chaplin (aún más evidente en la gestualidad de su hijo James, que firma sus propios espectáculos). En un proceso completamente artesanal -en el que se incluye el vestuario y la escenografía-, la artista se sirve del teatro de objetos, la pantomima, la prestidigitación, los títeres, la danza… Hay también mucha exigencia física y esta vez más danza, con la presencia de nuevo del estupendo bailarín Jaime Martínez, que salta de un cuadro para que la protagonista le robe joyas, lámparas y quizá el corazón. La comunión de esos objetos animados con los intérpretes nos deja preciosos hallazgos aunque, con alguna laguna de ritmo, no es tan redonda como ‘L’ oratorio d’ Aurélia’ que fue su excelente carta de presentación en el festival de Girona-Salt. Ahora le toca el turno al prodigioso James Thierrée, el Charlot del siglo XXI, con sus más acrobáticos ‘shows’. Ojalá podamos verle pronto por estos lares.