El show de Las Glorias

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Sinopsi:

Dues vedettes, venidas a menos, ens explicaran i parlaran de tot el que els hi passi pel cap. No canten, no ballen, però malparlar de tot ho fan molt bé.

Crítica: El show de Las Glorias

05/01/2021

Divinas mamarrachas

per Juan Carlos Olivares

Las Glorias Cabareteras (Marta Bernal y Gloria Martínez) es lo más indescriptible que existe en estos momentos entre el artisteo barcelonés. Son tan underground que ni siquiera han pisado el Antic Teatre o la Sala Hiroshima. Ellas solo se mueven entre los pasillos del Metro (estación Paral·lel) y el CCCB. Reinas de la mamarrachada punk, lideresas de la anarco-procrastinación, emperatrices del cabaré almodovariano -el de su primera encarnación ochentera-, pero con esa mala leche proletaria que es más propia de la Barcelona libertaria de Ocaña y Violeta la Burra que de la pija Movida madrileña, aunque Fabio MacNamara sería un gran padre putativo estético. Un posible honor compartido con La Vicenteta, personaje ilustre del Tres Pics i Repicó de TV3. Una referencia sólo apta para boomers. Acudan a Google para descubrir y rescatar todo el impacto del personaje.

También son únicas en alimentar esa poderosa adicción a la decepción. Nunca ofrecen lo que prometen, pero lo compensan con una generosa ración de brillantes sucedáneos y apaños. Así acudes a la Sala Melmac -las tres funciones agotadas- con la esperanza de encontrarte con una versión navideña de su chou de refritos. Esperas ilusionado una adaptación cutre marca de la casa del espíritu festivo que fomentan estrellas del kitsch como Dolly Parton o Mariah Carey y no sacan ni un triste espumillón. Tres tristes toques navideños: unas notas de un villancico como introducción de la introducción, una fugaz felicitación y unos mantecados caducados como parte del lote del sorteo final. La Navidad tan ausente como otros falsos mitos que fomentan desde hace años, sobre todo el vodka negro que les sirve presuntamente de reconstituyente o la escena de Cuenca, tan citada como nunca vista.

Y a pesar de todo no te levantas del asiento y optas por dejarte arrastrar por la poderosa corriente de su brillante “meinfontisme”. Te quedas porque no verás conexión igual con el público en ningún otro lugar que las Glorias Cabareteras hayan señalado con su dedo como escenario. Lo que otros montajes con más posibles -como por ejemplo The Hole- fuerzan y simulan para recrear un vis à vis gamberro y deslenguado con el espectador, ellas lo hacen con una naturalidad e ingenio desarmantes. En su caso “no soy nada sin mi público” es mucho más que una frase hecha, más que un tópico de coplera revenida. Es una verdad absoluta. El concepto de la cuarta pared simplemente no entra en su vocabulario dramático. Su espectáculo es un setenta por ciento interacción con el presunto respetable -un público que nunca cumple con sus muy altas expectativas-; con un puñado de fans que buscan las primeras filas para ser honorados con sus afilados dardos verbales. Como ellas dicen: “si no te mencionamos, no eres nadie”. Con su incesante lluvia de puyas -adaptadas siempre a la situación y a las personas- matan cada noche al padre Handke en un rito freudiano único e hilarante.

Y es esa capacidad de conectar con el ahora y aquí del teatro, su descarnado y honesto presencialismo, su talento por reconocer al público en sus virtudes y pecados, lo que las hace realmente destacar entre todo lo que se cuece artísticamente en esta ciudad. Entroncan con una tradición perdida que hace del contacto con el público un arte genuino. Todo lo demás es acompañamientos del plato principal. Ese era el encanto historiado del viejo Molino, del Plata de Zaragoza o el Teatro Chino de Manolita Chen. Ellas lo recuperan con la ironía y la distancia de las que se saben sólo visitadoras ocasionales de esos antros vividos por artistas curtidos en el submundo de las varietés, los que los alemanes llaman, con sonoro acierto, Tingel-Tangel. Además son las mejores pepito grillo de las miserias -conocidas o ocultas- del teatro catalán y de los impostores que deambulan por sus escenarios.

Divas del antidivismo, encajan como nadie en aquella ya tópica frase que dejó para la posteridad un crítico neoyorquino hablando de Lola Flores: no canta, no actúa, no baila, pero no dejen de verla. Ellas mismas se reconocen en esa añeja descripción y se entrenan con desmayado esmero para nunca superar las bajas expectativas y engrandecer su nebuloso talento y su merecida fama de vedettes venidas a menos. Hay que ser únicas para perpetrar sus básicas coreografías -incluso la yenka o 15 segundos de tiko-teo son más sofisticadas- en la misma casa de Mar Gómez y encima retar a la coreógrafa con un concurso de jotas ingleras. Hay que ser excepcionales para hacerse un Kurosawa para explicar cómo se conocieron pervirtiendo con intencionado histrionismo amateur una escena de Eva al Desnudo, mezclando el clásico con Lina Morgan y Showgirls. Hay que ser las Glorias Cabareteras para hermanar en los números musicales a la convergente Núria Feliu -ya saben, la doble de luces de la Ferrusola en sus años presidenciales- con la filo-facha Celia Gámez y la roja Esperanza Roy. Tres estilos de vedetismo que en sus manos se transforma en algo intransferible e incomparable.