Hablar no sirve. De Nada, el nou espectacle de Bob Pop, és una peça sobre dependència, vulnerabilitat i la incomoditat que genera tant l’escenari com la vida mateixa. A través d’un relat íntim i provocatiu, l’obra explora temes tan universals com l’amor, el cos, el sexe, les paraules o el temps i convida a reflexionar sobre la importància de comunicar-nos i comprendre’ns mútuament.
Vaig començar a escriure això que aneu a veure (o que us esteu pensant a anar a veure o que acabeu de veure) com un monòleg que em serviria per recórrer les meves estranyes trobades amb nens al llarg de la meva vida adulta. M’agradava molt aquesta idea, la d’una peça teatral amb mi com a única intèrpret. Amb mi a la meva cadira de rodes sobre l’escenari amb el que té això de vulnerable i amb la simpatia o compassió que genera al públic veure’m esforçat, dependent i discapacitat en escena. Aquest porno motivador que tant agrada entre els espectadors bípedxs.
Volia construir un artefacte dramàtic amb què treure’s les ganes d’empatia, compassió o onanisme d’autosuperació i on acabeu pensant que no sóc un tipus de fiar, que no mereixo la vostra simpatia; fer-vos sentir tanta incomoditat a la vostra butaca com la que jo experimento quan em passo més d’una hora sense aixecar-me de la meva cadira de rodes.
Fins que vaig descobrir que el meu projecte era impossible. Perquè jo ja no faig monòlegs. Perquè la dependència m’impedeix parlar sol, fer coses sol, estar sol. Els meus únics monòlegs són interiors i ningú paga una entrada per ells.
Va ser llavors quan va néixer ‘HABLAR NO SIRVE. DE NADA’, un monòleg impossible, un diàleg necessari sobre la importància d’explicar-nos les històries quan per fi les podem entendre. I de moltes coses més: l’amor, el cos, el sexe, les paraules, el temps, els diners i la resta de coses que sí que serveixen, encara que sigui per riure’ns.
Bob Pop
Lo que hace Roberto Enríquez, más conocido como Bob Pop, tiene un nombre: cabaret político. Pero cuidado. No son las rancias variedades del Moulin Rouge, donde Nicole Kidman enseñaba las enaguas a burgueses pervertidos en la película de Baz Luhrmann. Tampoco todo lo contrario, los experimentos dadaístas del Cabaret Voltaire en Zúrich o de los modernistas catalanes en Els Quatre Gats de Barcelona. Lo de Bob Pop es algo a medio camino, como aquel Chat Noir de Rodolphe Salis donde se insultaba a los ricos y actuaban travestis para escándalo del París de la Belle Époque. O como el Kit Kat Klub de Liza Minnelli y Joel Grey en Cabaret, la película de Bob Fosse, en que transformismo y antifascismo eran todo uno en la Alemania de Weimar.
Pero esto de Bob Pop, para decir la verdad, viene incluso de antes. Y ahí está lo más interesante. Viene de los tiempos en que se forjó eso que hoy llamamos la izquierda, de los cafés de filósofos donde conspiraban los jugadores zurdos del Juego de Pelota, donde se cantaban versos contra los reyes absolutos, donde la bohemia y el hampa se ponían como Las Grecas, que diría Roberto Enríquez, entre vapores de alcohol y volutas de humo en un mísero cuartucho, una chambrette, un cabaret. Por eso, cuando alguien hace hoy cabaret político, lo quiera o no, habla por su boca aquel mundo prerrevolucionario. En cada burla al poder resuena la filosofía de bar que ha tumbado regímenes. En cada chiste picante se oyen las carcajadas de quienes proclamaban su alegría en su diferencia, la polisemia entera de la palabra gay.
Los tres fracasos de Bob Pop
Con esa alegría, Hablar no sirve. De nada se escribe para ahuyentar el fracaso. Tres fracasos, podríamos decir. Los vacíos profesionales que inspiraron esta obra que, según su autor, no debería existir. Los fracasos personales a lo largo de una vida. Y un cierto fracaso del movimiento LGTBIQ+. Un viaje de la crítica a la autocrítica con la infancia como hilo conductor, entre Que canten los niños de José Luis Perales y Su canción de Betty Missiego, entre poemas de Federico García Lorca y ensayos de Paul B. Preciado, entre anécdotas personales y nuestra rabiosa actualidad, con Roberto Enríquez desfilando en su silla motorizada por el escenario pasarela del Espai Texas, un domingo a mediodía, en compañía de Daniel Bayona.
Medios, redes y esclerosis
El primer fracaso de Bob Pop fue que no salieran otros proyectos que iban antes de Hablar… Que nadie produjera la segunda temporada de Maricón perdido, su serie autobiográfica en TNT, a pesar del éxito de la primera. Que no pudiera continuar su monólogo de Los días ajenos, ante el avance de una esclerosis múltiple que lo ha vuelto más dependiente, hasta hacer imposible la soledad del soliloquio. Dependencia de la que surge Hablar… como monodiálogo con Bayona, que interpreta a su cuidador, un alter ego afable pero respondón, que hace volar la autocrítica por encima de la autocompasión. Y ahí crece la función.
Pero también hay pullas a diestro y siniestro, a medios de comunicación y redes sociales, quizá el momento más esperado porque es la faceta de analista mediático la que ha hecho popular a Bob Pop. Y no decepciona. Saltamos de los chascarrillos sobre Instagram o Grindr a las andanadas contra Pablo Motos como presentador de El hormiguero, contra Santiago Segura como director de la saga de Torrente, o contra la plataforma Movistar Plus+ por eliminar la izquierdosa crónica social de Bob Pop en Late Motiv, el desaparecido late show de Andreu Buenafuente. Y en ese repaso de actualidad, personal y político, puede verse el fino hilo que va del entretenimiento arrevistado a la beligerancia del Living Newspaper, el legado de Erwin Piscator y Bertolt Brecht.
SIDA, pederastia, drogas y homofobia
El segundo fracaso es más íntimo. El amor tóxico de juventud que lleva a un adolescente a descubrir, con horror, la existencia del submundo de la pederastia. Las altas esferas cebándose con lo más vulnerable del pueblo llano. El caso de la calle Amaniel en los 1990. Y otra vez la infancia, ahora sin sombra de humor. Pero eso no es todo. De aquellos tiempos pasados, que no parecen mejores, también surgen episodios de odio en el entorno más cercano. La homofobia en la familia y en la izquierda. Y el fantasma del SIDA y de las drogas más duras que arrasaron a una generación de hermanos, amigos y amantes. Un retrato íntimo que es un cuadro de país y de época en el colectivo LGTBIQ+ y más allá, con Minerva de banda sonora (Estoy llorando por ti), trazado por alguien que ha cumplido el medio siglo. Alguien que no rememora por nostalgia o al azar, sino con toda la intención, cabareteando sobre los límites, pisando charcos sin que nadie lo empuje, entre burlas y veras, sonrisas y lágrimas, ironías y autoironías.
Maricas o travestis
El tercer fracaso es intelectual. Bob Pop recita, a dúo con Bayona, la ‘Oda a Walt Whitman’ de Lorca en Poeta en Nueva York. Y nos recuerda los incómodos ramalazos de auto-homofobia (“contra vosotros, maricas de las ciudades”) del intocable icono homosexual de la poesía española. De nuevo, a cuenta de los niños: “Contra vosotros siempre, que dais a los muchachos / gotas de sucia muerte con amargo veneno”. Por suerte, Luis Cernuda habló mucho mejor de “los maricas”, unos años después, en ‘El escándalo’, una de las prosas de Ocnos, su autobiografía poética. Y de algún modo queda disculpada la contradicción lorquiana dentro del 27.
Pero entonces viene la otra mitad del argumento. Las citas de Belén Gopegui y del propio Bob Pop nos llevan a Preciado y a las infancias trans. ¿Quién se ocupará de ellas? Y cae un aforismo como una bomba: tendríamos que leer menos a maricas del siglo XX y más a travestis del siglo XXI. Silencio en la sala. La disyuntiva nos puede parecer original, provocadora o incluso falsa. Pero es obvio que emerge de una espinosa reflexión que habría sido más fácil evitar. Buscar otras citas y asegurarse el aplauso. Y son esas incomodidades las que dan verdadero calado político al cabaret, volviendo a los orígenes, a la rebeldía filosofal que cuestionaba los tótems, capaz de cruzar una contradicción con un dilema, la poesía con el ensayo.
Contra la porno-superación
Hablar… se estrenó, como quien no quiere la cosa, un 14 de abril, aniversario de la Segunda República, en el Espai Texas, abierto por suscripción popular, en Barcelona, ciudad del Paralelo y de cabarets como Els Quatre Gats o El Molino, de cabareteras como Lita Claver, Mari Santpere o Norma Duval. Un legado que sigue vivo, con sus variantes, en el dúo cómico de las Glorias Cabareteras o en el cupletismo de Glòria Ribera, en el cabaret canalla de El Desplume en el Antic Teatre o en el transformismo de Roberto G. Alonso o Jèssica Pulla. Y por si eso fuera poco, el propio Texas repone estos días otro espectáculo del ramo, Ocaña, reina de las Ramblas. Para ser un fracaso, el cabaret de Bob Pop no ha podido acertar más con el lugar y el momento.
Lo más revelador, sin embargo, es aquello que la obra niega. Hablar… podría ser una función autocompasiva, de porno-superación, como dice su autor. Un alegato contra la homofobia, la gordofobia y el capacitismo. Y se ganaría un merecido aplauso. Pero ha querido ser otra cosa. Algo más sutil que, en verdad, se resume en el título. Después de años comunicando, Bob Pop nos dice que es inútil comunicar. Y remata con un irónico “de nada”, el clásico punch line de las redes para desagradecer las gracias que nadie nos ha dado ni esperamos recibir. Pero el caso es que la comunicación sigue. Como en X, damos por perdida la discusión mientras seguimos empedernidamente discutiendo. Hablar… es eso. Una gran preterición. Un pesimismo charlatán inasequible al desaliento. Una ingeniosa hora de función que desmiente su título. Porque si algo queda claro, escuchando a Bob Pop, es que la tertulia cabaretera guarda todo su viejo sentido. Hablar sí que sirve. Gracias.