De l’antiga Ceilan a un reality televisiu del segle XXI. L’altre gran títol de l’autor de Carmen, que sintetitza la fascinació per l’Orient Llunyà, torna al Liceu amb un muntatge brillant de la jove directora escènica Lotte de Beer. Les pêcheurs de perles parteix d’un triangle amorós en el context d’un rerefons religiós, rellegit ara en un espectacle de modernitat indiscutible, però respectuós amb el subtext inherent a l’obra. L’omnipresència del cor representarà en aquesta posada en escena un viatge que va de la tolerància a la violència, sempre amb el clima eteri de la singular, delicada i alhora exuberant partitura de Georges Bizet.
Les pêcheurs de perles (Los Pescadores de Perlas, 1863) es una de las dieciséis óperas que Georges Bizet (1838-1875) escribió, de las cuales sólo una - Carmen, 1875 - pasó a la historia y a la programación constante de los teatros de todo el mundo. Es difícil decir que se trata de una obra de madurez, cuando este compositor sólo vivió 37 años y la escribe cuando tiene veinticinco, pero es una obra musicalmente redonda, ya con la influencia del exotismo que va a insertarse en la ópera hasta bien entrado el siglo XX. Con melodías vibrantes y conjuntos vocales y orquestales de enorme belleza, esta partitura adolece, como casi todas las de la época, de la parte dramatúrgica del libreto. Aún así, cuenta una historia muy sencilla y muy común en la dramaturgia universal: un triángulo amoroso.
Pareciera que en pleno siglo XXI hablar de dos amigos enfrentados por el amor de una mujer es algo pasado de moda o que sólo sucede en el mundo irreal de los programas de televisión, llámense realities o telenovelas, a pesar de que forma parte de la vida cotidiana de todos nosotros y puede suceder a cualquier edad, en cualquier país y momento.
Contar esta historia parece algo mucho más sencillo que lo que nos han mostrado esta temporada en el Liceo, sin embargo el enfoque de la directora Lotte de Boer remontado por Dorike Van Genderen no deja de tener sus partes logradas, sus grandes aciertos y también sus inconvenientes.
Es una propuesta novedosa, muy trabajada, con el gran acierto del uso del coro como los espectadores de un reality show, creando ambientes hogareños diferentes, historias paralelas y aprovechando su trabajo actoral como muy pocas veces puede verse en la ópera. Es fácil considerar al coro como el gran protagonista de la noche gracias a esta propuesta escénica. Sin embargo, el excesivo movimiento escénico distraía en muchos momentos del proceso de la trama y la estética escénica propuesta no era especialmente acertada ni ayudaba al espectador a seguir la trama fácilmente.
Era un poco preocupante que la puesta en escena se centrara más en el movimiento que en la creación de los personajes principales, los cuales estaban muy desdibujados. Lo que se aúna al hecho de que no estábamos hablando de grandes estrellas, eran cantantes que cumplían con su partitura y no mucho más.
La verdad es que, dado el marketing de John Osborn, se esperaba una actuación de mucho más nivel y en cuanto a la soprano Ekaterina Bakanova, quién cuenta con una voz hermosa y unas agilidades sólidas, no logra sin embargo crear el arco emotivo del personaje. Michael Adams por su parte mostró un Zurga más comprometido con la escena, al igual que Fernando Radó, pero creo que, en general, se desperdició la oportunidad de aprovechar esas frases largas y hermosas, con finales difuminados, típicas de Bizet.
En cuanto a la orquesta, un trabajo musical muy profesional de Yves Abel, que se empañó con los ataques poco precisos de los cornos.
Un montaje creativo e interesante, que llega a cansar pero que tiene el acierto de la novedad.