Psicosi 4.48. Dir. Albert Mestres

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Sinopsi:

Què passa quan ens endinsem a la ment d’una persona turmentada per la depressió i el trastorn psíquic? Què passa quan la lucidesa s’experimenta al nucli mateix de la bogeria? Què passa quan l’amor es creua amb la lucidesa i la bogeria? Què passa quan les gallines encara ballen? No volen parar? Això és el que trobareu en aquesta posada en escena del text més radical i poètic de la dramaturga britànica Sarah Kane. Això i la música de Joy Division.

Aquest espectacle és un homenatge a la Sarah Kane i a totes les persones per a qui l'única sortida possible és el suïcidi.

Les malalties mentals existeixen i les persones les patim. Tots som vulnerables a patir una malaltia mental i molts de nosaltres en patirem alguna al llarg de la vida. Parlar-ne i fer-ho visible, permetre espais públics de reflexió i conscienciació, és molt important, especialment avui en què les xifres de suïcidi augmenten de forma progressiva.

Psicosi 4.48 dona veu a la història d’una dramaturga que patia depressió major, i el seu text, interpretat per Eva Ortega, permeta proximar-nos i entendre millor el que sent una persona quan està en un episodi d’aquest tipus. Ens permet fer present i tangible el patiment d’ella i de tants altres que l’han viscut i el viuen dia a dia, per així poder-nos sensibilitzar i comprendre una mica més sobre les distintes dimensions de l’existència humana.


Crítica: Psicosi 4.48. Dir. Albert Mestres

28/04/2024

Sarah Kane y la División de Placer

per Gabriel Sevilla

Una hora y doce minutos era, exactamente, el tiempo que tenía al día Sarah Kane para pensar con lucidez, en sus últimos meses, internada en un psiquiátrico y atiborrada de pastillas. En esos lapsos escribió su obra póstuma, La psicosis de las 4.48, que dura más o menos eso, una hora y poco. Representarla es como vivir en su cabeza entre el angustioso despertar y la medicación de las seis. Y no son especulaciones de crítico. Lo contaba ella misma en unos versos cristalinos: “A las 4.48 / cuando llega la cordura / por una hora y doce minutos tengo la cabeza clara. / Cuando haya pasado me habré ido de nuevo”. Y antes de irse del todo pidió que la recordaran así, en los momentos tristes pero lúcidos que dejó escritos, no en el estúpido mundo feliz de los psicofármacos: “Recordad la luz y creed la luz”.


Algo más que una nota de suicidio

La psicosis… es una nota de suicidio en toda regla, como decía el crítico Michael Billington en The Guardian. Pero es algo más que eso. Es un ataque al soma de la psiquiatría, como antes Purificados, su obra más violenta, sólo que ahora sin derramamiento de sangre. Y es un poema dramático, como Ansia, un texto que es un espacio mental, sin argumento, acotaciones ni personajes, únicamente unas voces que brotan de manera psicótica, pura poesía esquizoide, para hablarnos de la iluminación artística, mística y farmacológica de su autora. Y es una obra política, como su ópera prima, Reventados, que conecta la violencia más íntima con los conflictos internacionales: “He gaseado a los judíos, he asesinado a los kurdos, he bombardeado a los árabes”. Y es una vertiginosa confesión personal y artística, que airea pulsiones transgénero y bisexuales, episodios de anorexia y una autodefinición como “expresionista”, cucarachas kafkianas incluidas, lejos de la manida etiqueta del teatro in-yer-face.

La psicosis… es una deslumbrante despedida literaria. “Un triste hurra”, como dijo Simon Hattenstone del ahorcamiento de la autora con los cordones de sus zapatos. Vida y obra culminadas en el mismo gesto feroz, en las mismas palabras que describen con detalle el último momento. Una obra difícil de representar porque habla de la locura como una forma de cordura, de la muerte desde la vida, del teatro como poesía. Un portentoso mundo al revés que no se entiende si no lo pensamos todo al revés.


Demasiado drama

Albert Mestres ha traducido y dirigido Psicosi 4.48 en la espaciosa sala del Dau al Sec con Eva Ortega haciendo todas las voces. Una función muy solvente pero quizá demasiado cuerda para Kane, demasiado dramática, en el sentido de Hans-Thies Lehmann, para su posdrama más libre, demasiado cerca de las psicosis realistas del cine o de aquella televisión llena de ojos que asustaba a Kane.

Ortega interpreta a una psicótica de camisa de fuerza y paredes acolchadas, que se replica a sí misma como su juiciosa doctora. El problema no es la actuación, enérgica y muy precisa, de una actriz implicada hasta la médula en sus dos personajes. El problema es una partitura de tonos y movimientos que limita su potencial. Mestres sienta a Ortega en una silla casi toda la función, ante una durísima luz frontal, en un desangelado espacio diáfano de ciento veinte metros cuadrados. Y ahí clavada, Ortega debe narrar una Kane no narrativa, encauzar sus versos en personajes que la autora nunca definió, figurar su abstracción, traducirla en dos psicologías extremas, alienada y alienista, que histrionizan los sutiles desvaríos de Kane. Ortega gira en su silla como un Jano, entregada a un agotador ping-pong teatral. Y la hipérbole devora el lirismo y el humor negro de Kane, acercándola a una injusta caricatura de loca más que al cuestionamiento del concepto de locura.

La traducción de Mestres también desconcierta. Desde la peccata minuta, como el desdibujamiento de las paráfrasis bíblicas, hasta cambios significativos como el delicadísimo final, “abrid las cortinas”, metáfora de la luz, por un teatrero “subid el telón”, alejado de la letra y el espíritu del original. Demasiado dramática, tanto la traducción como la dirección, tratándose de un texto tan rotundamente posdramático o posteatral o posmoderno o como le queramos decir. Y una sorprendente opción de libreto, existiendo la magnífica traducción catalana de Albert Arribas en Arola.


Post-punk y campos de concentración

El gran acierto de Mestres, en cambio, es acabar la función con Ian Curtis cantando Love Will Tear Us Apart mientras Ortega mezcla el estribillo de la canción con su texto, luciendo una camiseta de Joy Division. Un sencillo recuerdo de la afición de Kane al oscuro post-punk del grupo de Manchester o de su afinidad con un depresivo Curtis que también se suicidó en la veintena. Por si eso fuera poco, Joy Division, literalmente 'División de Placer', era el siniestro nombre que los nazis dieron a las judías que explotaban como esclavas sexuales. Leerlo sobre el pecho de Ortega, donde iría el número de presidiaria, mientras recita los versos de una Kane que nos ha hablado de cámaras de gas, remite inevitablemente a aquella frase de Roland Barthes del amor como campo de concentración, que inspiró a Kane en Purificados, ambientada también en un psiquiátrico. Y un cierto círculo se cierra con esta Psicosi 4.48 a ritmo de post-punk, revelando, por sorpresa o no tanto, la estremecedora coherencia en la obra de Kane.


Dados de siete caras

Este 2024 se cumplen 25 años del suicidio de Kane. Una efeméride que pasaría desapercibida en Barcelona si no fuera por la hermosa temeridad de las pequeñas salas que se atreven a programarla, desde el Teatre Tantarantana con el Purificats de la Cia. La Cremosa el pasado mes de febrero, hasta el Dau al Sec, ahora en abril y mayo, con esta Psicosi 4.48 de Mestres y Ortega. Carteleras de riesgo, dada la dificultad y dureza de los textos de Kane, tan aclamada en los pequeños círculos de afinidades posdramáticas como desconocida para el gran público. Pero lo cierto es que Kane no deja de crecer con cada relectura y cada nueva versión. Y La psicosis de las 4.48, en particular, ha inspirado desde el rock alternativo de los Tindersticks hasta la ópera contemporánea de Philip Venables, que ojalá veamos algún día en el Liceu. Un acierto programador, se mire como se mire, de esta pequeña gran sala del Poble Sec, que evoca aquel Dau al Set fundado por Joan Brossa en los 1940, en busca de la imposible séptima cara del dado. Kane, sin duda, es un dado de siete caras. Ojalá veamos más.