La tragèdia de Romeu i Julieta, immortalitzada per Shakespeare, uneix amor impossible, violència i mort. El 1938 Prokófiev en va presentar a Brno la seva versió en un ballet considerat, en aquell temps, impossible de ballar per la seva complexitat rítmica. Amb el temps, Romeu i Julieta s’ha convertit en el ballet més representat del compositor i en la versió musicalment més famosa sobre la tragèdia shakespeariana.
Prokófiev va ser del a la dualitat lirisme-violència que emana de la peça teatral, i així l’han traduït desenes de coreografies. Arriba al Liceu la de Joëlle Bouvier per a la companyia del Grand Théâtre de Ginebra, a mig camí entre tradició i modernitat. Estrenada amb gran èxit el 2009 i amb orquestra en directe, l’espectacle ens situa en un marc intemporal en el qual l’anunci de la mort dels amants a l’inici de l’espectacle dóna motiu a un relat d’una bellesa immarcescible.
Pocas historias hay más universales que la de los amantes de Verona. Shakespeare mismo se inspiró en historias italianas y francesas anteriores a él, pero debemos de aceptar que su versión es una de las más hermosas manifestaciones de la cultura occidental.
Pensar que esta historia habla de amor y odio, es simplificarla mucho. La verdad es que la complejidad, los matices y la pasión que despiertan sus líneas han sido tan atractivas como difíciles de llevar al escenario musical. Las óperas que se han basado en esta historia van desde la más famosa de Chales Gounod (1867), pasando por la de Frederik Delius (1907) y la de Henry Sutermeister (1940), sin lograr ninguna de ellas el tono trágico con el que la obra nos conmueve desde hace 500 años.
Ahí, donde los compositores de ópera de la Europa occidental pudieron quedarse cortos, triunfa sin lugar a dudas Serguei Prokoffiev (1891-1953). El compositor ukraniano nos regala una profundidad emotiva inolvidable y la coloración orquestal es simplemente extraordinaria, no es ninguna exageración ubicar esta obra dentro de la mejor tradición rusa del ballet, que tanto ha dado a la historia de la danza.
Oyéndola a penas puede creerse que, a pesar de haber sido escrita en 1935 como un encargo, haya sido rechazada por los principales ballets de Moscú y Kirov, por considerarse que era una obra imposible de bailar, y en parte también por la política contra los “degenerados modernistas”, que desarrollaba en ese entonces la URSS contra compositores de la talla de Shostakovich y el propio Prokoffiev. El ballet fue estrenado antes en su versión de suite en 1938 en la ciudad de Brno en lo que era Checoslovaquia. Es hasta que Galina Ulanova, la icónica bailarina del Marinsky, decide hacer de Julieta una de sus creaciones, que se logra el estreno de este ballet en la patria del compositor en enero de 1940. De esta versión inolvidable se guarda un registro fílmico, que se hizo famoso en el mundo entero.
Esta partitura ejemplar, es la base para la nueva coreografía y producción, que el ballet de la ciudad de Ginebra, Suiza, nos trae al Gran Teatro del Liceo en estos días.
Hay que admitir que es un poco extraño comenzar una función de ballet con un anuncio proyectado de BMW, pero se entiende que las artes necesitan patrocinio.
Lo que esta compañía tan prestigiosa nos presentó fue propuesta plástica hermosa, realizada por un gran equipo de diseño formado por Rémi Nicolas, Jacqueline Bosson, Philippe Combeau y el propio coreógrafo. Está hecha con elementos simples, colores sólidos y líneas puras, pero le dan un uso creativo y sumamente estético.
Hay que unir a esta propuesta estética a una muy alta calidad técnica e interpretativa en todos los personajes, de donde se destaca el trabajo de los dos protagonistas Sara Shigenari (Una bailarina japonesa, con una sensación de fragilidad, dulzura e inocencia que no impidieron los momentos de emoción profunda), y Nahuel Vega (argentino de nacimiento, con una personalidad muy definida en escena y una muy buena capacidad de creación del personaje). Esto sin demeritar el trabajo del resto de solistas que lograron un ejemplo de homogeneidad técnica y emotiva a lo largo de toda la representación.
Joëlle Bouvier crea una coreografía que, a pesar de cumplir 8 años, es fresca, nueva y llena de metáforas por demás interesantes, que se desarrolla en espacios más emocionales que físicos y que retrata esta enfermedad social que nos ha perseguido toda la historia de la humanidad: se puede odiar en público, pero se tiene que amar en secreto.