Més de cent anys després de l’estrena, el 1913, al Théâtre des Champs-Elysées de París, a càrrec dels Ballets Russos de Diàghilev, La consagració de la primavera d’Ígor Stravinsky ja és considerada com una de les obres clau de la història de la música.
El Teatre Mariinsky de Sant Petersburg va convidar Sasha Waltz a ocupar aquesta extraordinària partitura, tan simbòlica en la història de la dansa. Una composició arcaica, carregada de tensió i que es caracteritza per un accentuat ritme i multiplicitat de textures i motius musicals obstinats. Les seves dissonàncies han fet de l’obra una de les peces musicals més famoses de l’avantguarda moderna i més representatives del segle XX.
Podría haber sido una gran noche de danza si ‘Le sacre du printemps’ hubiera tenido mejores acompañantes, pero ni el ‘Fauno’ ni ‘Romeo y Julieta’ cumplieron con las elevadas expectativas que la directora y coreógrafa alemana levanta en sus visitas a la ciudad. Lejos ha quedado la impresionante ópera ‘Dido & Aeneas’ (2005), con su ballet acuático, que levantó al público de las butacas. El programa del Liceu quedó cojo y solo alzó el vuelo tras el largo descanso de 30 minutos –quizá innecesario- que siguió a las insustanciales primeras piezas.
Se había anunciado –algo inusual- que la propuesta incluía desnudos y así apareció el elenco en ‘Prélude à l’après-midi d’un faune’, de Claude Debussy. La coreografía, de movimientos lentos, con los siete intérpretes componiendo delicadamente figuras, agrupándose y haciendo elevaciones, persiguiéndose, permaneciendo estirados en el suelo… no atrapa y discurre plácidamente sin sorprender. Le sigue ‘Syrinx’, un solo de flauta con imágenes de un bosque invertido y, a continuación, ‘Scène d’ amour: Romeo y Julieta’ de Hector Berlioz, una coreografía delicada, íntima y exquisita pero convencional, con las idas y las venidas de una pareja que se funde en besos y abrazos para luego separarse. Una pieza de tiernas y previsibles interacciones.
Hay que esperar a la segunda parte para que con ‘Le sacre du printemps’, ‘La consagración de la primavera’, de Igor Stravinsky, se visualicen las palabras con las que se publicitaba la propuesta del Liceu: “Danza feroz, carnal y magnética”. Rupturista y revolucionaria, la pieza original, con coreografía de Vaslav Nijinsky para los Ballets Rusos de Serge Diaghiliev, causó un gran revuelo en su estreno en 1913 y pasó a convertirse en una de las obras más influyentes del siglo XX, tanto por su música como por su ballet, con Nijinsky rompiendo las líneas de la danza clásica aunque lamentablemente su coreografía se perdió.
La historia recrea imágenes de la Rusia pagana, rituales primitivos que celebran la llegada de la primavera con el sacrificio de una joven que debe bailar hasta morir. Una temática, la de los rituales y mitos arcaicos, que Sasha Waltz lleva investigando desde hace tiempo y ha incorporado a piezas como ‘En la tierra’, ‘Medea’, ‘Jagden und Formen’ y ‘Continu’. Ahora la directora alemana firma una coreografía explosiva, vibrante y poderosa, dejando que sus bailarines desaten el lado más salvaje, oscuro y primitivo, en consonancia con las innovadoras notas de Stravinsky. El compositor ruso planteó una orquestación dominada por la percusión y los instrumentos de viento que provocan efectos violentos, agresivos y tensión. Un ritmo disonante, abrupto e irregular que provocó abucheos en el público de la época, acostumbrado a la estética melódica del romanticismo, y que ahora en el Liceu ha contado con la estupenda batuta de Josep Pons, muy aplaudido.
En sintonía con la partitura, el lenguaje coreográfico de Waltz crea una poderosa atmósfera de revuelta, caos y naturaleza salvaje. Las formaciones de la veintena de bailarines cambian a ritmo frenético en una exaltación de lo telúrico y del movimiento libre, con los artistas evolucionado a veces ansiosos y temerosos. Vemos desde un bosque de brazos elevados (las ramas de árboles), hasta las luchas de tribus rivales y la expresión de las pasiones con besos y escenas de sexo y muerte, glorificaciones de la víctima… Imágenes de gran plasticidad que evocan esos rituales paganos e impulsivos que imaginó Stravinsky y que han versionado los grandes de la danza. Como piezas más icónicas restan la de Maurice Béjart (1959) y la de Pina Bausch (1976) que obviamente han influido en las creaciones posteriores, como esta de Waltz, un encargo del Teatro Mariinsky en la conmemoración de los cien años del estreno en París de aquella mítica coreografía de Nijinsky.
Como elementos escenográficos, un montoncito de tierra (Bausch ya cubrió el escenario de este elemento en su emblemática adaptación y puede verse como un homenaje a ella) y una enorme daga de metal que cual espada de Damocles asoma desde el techo y va descendiendo muy lentamente mientras se acerca el destino fatídico de la doncella que será sacrificada por el bien de la comunidad. Solo hacia el final el espectador sabrá quién es la elegida para la ofrenda a los dioses. Un vibrante, brutal y magnético estallido de energías que, en contraste con la serenidad de las primeras piezas del programa, fue acogido con grandes aplausos por el público liceísta.