Temporada Alta té la sort de rebre un altre capítol de l’ambiciós projecte de Lagartijas tiradas al Sol que parla de les particularitats de la democràcia al seu país: Mèxic.
Després de Santiago Amoukali, Tijuana, Veracruz i Tula, arriba Tiburón. Aquest cop reconstrueixen la biografia de José María de Barahona, evangelitzador del segle XVI que arribà a l’illa de Tiburón per cristianitzar els tocariku, comunitat que viu aïllada de la resta del món. Un monòleg construït amb les cartes d’aquest personatge pràcticament oblidat per la història. Una reconstrucció potser tan lliure com la de Montserrat, espectacle encara gravat a la memòria del públic del festival.
En su incansable deconstrucción del mito democrático de los Estados Unidos Mexicanos, Lagartijas tiradas al sol busca en cada nuevo capítulo una nueva forma escénica, incluso aquellas que en apariencia pervierten su firme compromiso con la verdad documental. Valorados por la contundencia dramática de su teatro de denuncia, en Temporada Alta se recuerda en especial la transgresión a su propio ideario -o aquel que quiso creer y reconocer el público- en Montserrat. Fascinante ejercicio deductivo sobre la biografía de la madre de Gabino Rodríguez.
El mismo actor y cofundador de la compañía mexicana más internacional también es el protagonista de Tiburón y su presencia -en primer y tercera persona- no es la única conexión con Montserrat. La invocada biografía llena de lagunas es ahora la de José María de Barahona. Aventurero y religioso del siglo XVI sin acreditación que recala en la mayor isla del territorio mexicano. Frente la costa de Sonora se enfrentará a su epifanía. Una rápida consulta a Google ahorra alargar cualquier especulación sobre los personajes históricos que alimentan el relato. Ni siquiera hace falta seguir la pista de Barahona. La misma descripción de la isla y sus habitantes ya choca con la sabiduría anónima de Wikipedia. ¿Qué hay entonces tras esa gran ficción?
La respuesta no puede ser unívoca en un montaje que pasadas las horas descubre nuevas capas. Podría ser un proyecto crítico con la evangelización de las Américas; una metáfora de la definitiva regulación administrativa y pacificación de los territorios conquistados (las instrucciones de Valladolid de 1523); una reflexión sobre el centrismo de la cosmogonía occidental y la coexistencia de diferentes concepciones del tiempo y el espacio -como también plantea Simon McBurney en The Encounter-; una reelaboración de las islas imaginarias, desde las creadas por Tomás Moro a Jonathan Swift, sin obviar la referencia directa a Gulliver; un ejercicio sobre la compleja relación entre actor y personaje; un estudio sobre el desaparecer y renacer, o un tratado visual sobre la mistificaciones y mitificaciones contemporáneas.
Todas esas capas están servidas por un único actor en escena, apoyado puntualmente por sus compañeros de compañía en la pantalla. Dispositivo sencillo, entre el audiovisual y un romance de ciego del siglo XVI. Un actor abducido por una meticulosa reproducción de los ademanes de viejos tiempos, como si cobraran vida los escorzos colgados en museos e iglesias, y transitando por giros lingüísticos de regusto cervantino. Un actor que deambula por tiempos paralelos y diferentes ficciones, incluida la que lleva su nombre.