Problemas
en Tahití y otras delicias en el
festival Da Camera del Teatro Akadèmia
El
teatre Akadèmia, construido en las cocheras de una casa de los años treinta y
en actividad desde el año 2007, apuesta por una programación que busca mostrar
diferentes relaciones entre la música y la palabra. Además de las obras
teatrales de texto o cuerpo, incluye en su programación primaveral tanto óperas
de pequeño formato como recitales de lied y canción francesa, catalana y de los
EU.
El
festival Da Camera estuvo formado por dos óperas -Il
segreto de Susanna de Ermanno Wolf Ferrari y Trouble in Tahití de Leonard Bernstain- además de dos recitales y
un espectáculo músico-teatral. La dirección de las óperas de este festival estuvo a cargo escénicamente de Joan Antón
Sánchez Aznar y musicalmente de la talentosa pianista Olga Kobekina,
quien hizo una excelente interpretación de la nada sencilla partitura de
Bernstein.
Trouble in Tahití es
una obra que ataca el estatus quo de
la sociedad estadounidense de los años cincuenta y nos muestra las fisuras
existentes en esa imagen de ama de casa perfecta, con el marido ideal y la casa
impecable, que tanto marca a una nación que se caracterizará a partir de
entonces como consumista.
En
esta ocasión, y debido a la brevedad de la obra, antes de la ópera se hizo una
serenata americana con un repertorio
excelente y poco escuchado: las canciones encantadoras de Samuel Barber y el
mismo Leonard Bernstein, dos pilares de la música norteamericana del siglo XX.
Divertidas, novedosas, estas pequeñas obras maestras del género, hablan de los
seres humanos usando recetas de cocina, poemas abstractos y sobre todo una
música por demás interesante. La interpretación de estas obras estuvo a cargo
de Paula Nogueira, quien es una soprano correcta (aunque con algunos problemas
de pronunciación) pero sobre todo una intérprete muy interesante de este
repertorio.
Truble in Tahití fue
interpretada en catalán, cosa quizá innecesaria y cuestionable, ya que las
traducciones operísticas siempre provocan una disociación en la relación original
entre palabra y música, pero su
dispositivo escénico mínimo era eficiente, limpio y muy claro. Toda la
producción, por mínima que pueda ser, estaba muy cuidada, la creación de imagen
de los personajes era muy buena y en general la puesta en escena, lejos de
aspavientos y pretensiones, nos dejaba ver un espectáculo hecho con cariño y
oficio.
Aunque
la interpretación vocal era desigual, ciertamente la dirección musical nos dejó
disfrutar de una partitura vital e inteligente.
Esperemos
que estas iniciativas sean más frecuentes, porque tanto la canción como la
ópera de pequeño formato son géneros sumamente interesantes.
