En el món ple de ferides que planteja el Winterreise, Joan Fontcuberta posa en diàleg la seva obra amb la música de Schubert. En emprendre aquest Viatge d’hivern, l’artista evoca poèticament el pas del temps i la memòria minvant. Aleshores, el fet d’endinsar-se cap a la solitud, el fred i la foscor suggereix submergir-se en la nebulosa d’una patologia degenerativa que porta a confondre records il·lusoris amb vivències reals.
Amb un respecte total al protagonisme dels intèrprets, se’ns proposa una senzilla acció escènica i un embolcall visual que il·lumina el sentiment malenconiós dels lieder. Les imatges projectades són majoritàriament fragments de majestuosos paisatges alpins trobats en un arxiu fotogràfic malmès per l’acció de la humitat i els fongs. Aquesta situació de degradació ens aboca a una paradoxa: concebudes originàriament com a testimonis duradors, aquestes fotografies es tornen amnèsiques, com si patissin Alzheimer. Constitueixen una cal·ligrafia de l’oblit. Perquè la fotografia que s’esvaeix no és més que el mirall d’una memòria que es perd.
El viernes pasado se pudo disfrutar de un espectáculo poco convencional y de un alto nivel tanto estético como emotivo en el Gran Teatro del Liceo de Barcelona.
Con una delicada puesta en escena de Anna Ponces, así como un diseño de iluminación sutil y sofisticado, el espectáculo diseñado e ideado por Joan Fontcuberta fue una delicia estética. Por supuesto, imposible de que pudiera existir sin el trabajo acertado y preciso del barítono Michael Volle y del pianista Helmut Deutsch.
El viaje de invierno de Franz Schubert (1797-1828) es siempre una obra sorprendente, primero porque parece imposible que un compositor pueda crear una obra maestra de este calibre una vida que sólo duró 31 años. Segundo porque retrata el mundo desde el melancólico punto de vista del romanticismo más puro, con una maestría incuestionable.
La lectura de este ciclo desde el viaje hacia el final de la vida, en lugar del lugar común del amor perdido, es aventurado pero logrado. Nos permitió oír y ver esta música extraordinaria con ojos nuevos, quizá porque los grandes miedos de la humanidad siempre serán no ser amado y perder la vida, ambas cosas con una presencia constante en estas canciones.
La sensación constante de estar frente a la muerte (Schubert lo escribe ya muriendo de sífilis), la despedida del mundo y la capacidad para retratar la parte más sombría de la vida del ser humano, se llevaron a escena de una manera sencilla, sin aspavientos y con delicadez gracias también al trabajo de las actrices Berta Errando y Miriam Moukhles.
¿Cuánto miedo le tenemos a la muerte y a la tristeza? ¿Cuánto queremos olvidarnos de ellas, esconderlas o sacarlas de nuestra vida? Pero entonces, ¿Qué haríamos sin ellas?