Agamèmnon

informació obra



Direcció:
Gerard Bidegain
Intèrprets:
Oriol Genís, Cristina Martí Ninot, Zúbel Arana
Escenografia:
Rafa Haro
Coreografia:
Cristina Martí
Caracterització:
Alba Paituví
Il·luminació:
Alba Paituví
Vestuari:
Alba Paituví
Dramatúrgia:
Gerard Bidegain
Autoria:
Iannis Ritsos
So:
Zúbel Arana
Sinopsi:

Ifigènia retorna a casa després de molts anys fora. Anirà a veure les estances abandonades dels seus difunts pares, on es va produir la gran tragèdia dels atrides. A les estances encara ressonen les presències: les paraules d’Agamèmnon i les poderoses mirades de Clitemnestra.

El punt de partida és el retorn del rei a l’Argòlida, després de deu anys de guerra i soroll, victoriós però conscient que tota glòria és periple. El seu posat en el fons ens deixa entreveure un home que ve de tornada, no de la guerra, sinó de tot, de la vida en general. Un home amb experiència que, en el moment just abans de ser assassinat per la seva esposa Clitemnestra, reflexiona en veu alta, amb enorme lucidesa sobre l’existència.

En aquesta proposta, Clitemnestra i Agamèmnon son rememorats per la seva filla Ifigènia, a qui tothom feia morta després de ser sacrificada pel seu pare abans de la guerra de Troia per obtenir vents favorables.

Els tres membres de la família tràgica es presenten com uns poderosos personatges capaços d’atrapar als espectadors mentre naveguen pel mar de reflexions i frustracions verbalitzats per Agamèmnon.


Crítica: Agamèmnon

13/01/2023

Una hermosa expectativa

per Gabriel Sevilla

El teatro griego debe mucho a los poetas-soldado. Le debe a Esquilo haber escrito Los persas al volver de Salamina, convirtiendo su experiencia de guerra en un piadoso ejercicio de docuficción y orientalismo. Y le debe a Yannis Ritsos, veinticinco siglos después, los monólogos de los Atridas, que traducen en pesimismo antibélico su cansada lucha contra el fascismo. Es lo que nos dice Agamenón, un monodrama escrito bajo la Dictadura de los Coroneles (1967-1974), donde un Ritsos enfermo de cáncer, que ha pasado del campo de concentración al arresto domiciliario, se regodea en el sabio derrotismo del héroe cansado. Ritsos había llegado, como Dante, a la mitad del camino de su vida, y la militancia poética de su juventud comunista debió de antojársele una selva cada vez más oscura. Después de tanta guerra, da un giro introspectivo y se encierra en los mitos, depurándolos en monólogos dramáticos que escarban en lo nunca dicho, en tiempos muertos y personajes secundarios que puedan explicar el revés de la trama, con un escepticismo que había empezado en Eurípides y que llegaba hasta Cavafis. Pero los monólogos de Ritsos tienen una peculiaridad: exigen dos personajes. Uno que habla sin parar y otro que calla, impenitente, poniendo al charlatán en el diván con su mutismo. Y es así como el poeta-soldado desahoga el desencanto de su retiro, se zafa del activismo poético y lleva la tragedia ática al siglo XX, dejándola en una zona de sombra entre la poesía y el drama.

El Agamenón de Gerard Bidegain no es, sin embargo, exactamente Agamenón. Bidegain retoma el poema de Ritsos pero rehúye el silencio del diván. Lo funde con otro monólogo, El regreso de Ifigenia, buscando una vaga dialéctica y una mise en abîme que Agamenón no tenía, y remata la función con unos versos de Epitafio, el poema que Ritsos dedicó a los obreros masacrados en 1936 en Tesalónica, que nada tiene que ver con la tragedia griega y que da al montaje un confuso aire de antología. Por supuesto, el collage tiene su sentido. Ifigenia es la razón del asesinato de Agamenón a manos de Clitemnestra, el elefante en la habitación del matrimonio mal avenido. Y el regreso de Ifigenia, metamorfosis mediante, de Áulide a Táuride y finalmente a Argos, hace absurda la venganza de su madre, abundando en el melancólico pacifismo del padre. Los versos finales de Epitafio, en cambio, tienen más difícil justificación, escritos como están para una mater dolorosa ante el cadáver de un hijo en la flor de la vida, y aquí pronunciados por una hija ausente tras la muerte de su anciano padre. Todo puede hallar su argumento, por supuesto. Pero, encajes de bolillos aparte, el resultado es un soliloquio que ha dejado de serlo, que pierde su diálogo radical con el silencio, la soledad verbal del héroe (“cada uno de nosotros / no oye sino sus propias palabras”). Y uno tiene la sensación de que la antología de Bidegain es una manera elegante de evitar el horror vacui ante el monodiálogo de Ritsos.

El espacio escénico de Rafa Haro es desconcertante. Frente al historicismo de Ritsos, que acotaba una mesa de desayuno en un palacio de Argos, Haro coloca un desvencijado piano vertical en el centro de la escena, cubierto de un guardapolvo rojizo, que hace pensar en el romanticismo de la Sonata de claro de luna del propio Ritsos, un anacronismo difícil de entender. La partitura de tonos y movimientos también sorprende. Oriol Genís hace un Agamenón irascible y a ratos cínico, lejos del vencedor vencido que, como Aquiles, equiparaba la victoria a la derrota de puro cansancio, y camina errático por la escena, en vez de aguantar la pose señorial que le reservaba Ritsos sobre el kline, como el rey que se muere majestuosamente. Frente a él, la Clitemnestra de Cristina Martí responde con una coreografía de contorsiones que unas veces se explican mejor que otras, pero que no acaban de perfilar a la malvada reina muda, alevosamente sumisa. Entretanto, Zúbel Arana, auténtico comodín de la función, se desdobla en Ifigenia y en la madre de Epitafio, en voz de las acotaciones y de unos maravillosos pasajes cantados que nos recuerdan las posibilidades musicales de los versos de Ritsos, tantas veces exploradas por Theodorakis. Pero la función no acaba de tomar cuerpo. No acaba de empastar la escenografía con el movimiento y los textos. Probablemente, menos habría sido más.

Programar Ritsos en la Sala Atrium, una caja escénica para cincuenta espectadores, es un lujo y un atrevimiento que nunca aplaudiremos lo bastante. La función viene envuelta en esa vitola que nadie puede dejar de reconocerle. Y eso sitúa al pequeño teatro de Raimon Molins y Judit Ferrer entre lo más interesante de las programaciones de cámara de Barcelona (con permiso del Teatre Akadèmia). De la Sala Atrium han salido joyas como Érem tres germanes del propio Molins, los monólogos de Jordi Prat Coll en M’hauríeu de pagar o el Ànsia de Loredana Volpe. Este Agamenón de Bidegain se une a la insigne lista y pone de relieve el vigor creativo de los pequeños espacios escénicos, una isla del tesoro en la desigual programación general, aquí en alianza con pequeñas editoriales como Adesiara, que ha publicado varios de los monólogos de Ritsos en las traducciones catalanas de Joan Casas. Una iniciativa que merecería continuidad editorial y teatral y que hace soñar con los soliloquios de Ifigenia, Crisótemis, Ismene u Orestes sobre las tablas de Atrium o cualquier otro espacio “on el teatre batega”. Más allá de los reparos, Bidegain ha creado una hermosa expectativa.