Alegría és un clàssic de Cirque du Soleil renovat perquè una nova generació se n'enamori. Al cor d'un regne que ha perdut el seu rei, Alegria és testimoni de la lluita de poder que es lliura entre el vell ordre i un moviment jove que anhela esperança i renovació. Amb la seva inoblidable banda sonora, les seves emocionants acrobàcies, els vestits surrealistes, els vibrants decorats i l'humor juganer, Alegría desplega una commovedora experiència immersiva impregnada d'una alegre sensació màgica - un espectacle al més pur estil de Cirque du Soleil.
Hace ya un cuarto de siglo que una compañía canadiense de luminoso nombre se presentaba en Barcelona con el premonitorio título ‘Alegría’ que ha definido su trayectoria. Porque la ‘troupe’ de Quebec ha repartido felicidad bajo la carpa del Grand Chapiteau con unas producciones que combinando belleza, magia y virtuosismo técnico ha llevado a los espectadores a una dimensión más poética y fantasiosa que las anteriores experiencias circenses. Ese lenguaje vistoso y preciosista que abarca desde el vestuario a la música en directo o la escenografía e iluminación, hace que lustros después el montaje más icónico de la multinacional siga fascinando especialmente a los nuevos públicos como lo hizo en el ya lejano 1998. La renovada producción mantiene la esencia e incorpora nuevos números y artistas. Si bien en posteriores montajes han presentado escenografías mucho más impactantes –recordada es la impresionante cascada de agua de la bellísima ‘Luzia’- , la impronta de ese legendario debut quedará en la memoria colectiva, ligada a la afamada melodía de René Duperé que fue nominada a un Grammy (ahora hay que esperar a la segunda parte para escucharla). También permanece la mítica tormenta de nieve del ruso Slava Polunin, el más prestigioso payaso del mundo. Un número que esta vez es representado por dos clowns españoles, Pablo Bermejo y Pablo Gomis López, gran hallazgo para la factoría circense. La pareja de payasos clásicos destila entrañable ternura en un relato de amistad, salpicado de los habituales y cómicos rifirrafes, que apunta a la simplicidad de las emociones.
El inicio del ‘show’ para los repetidores se hace un poco largo, y quienes desconozcan la breve trama quizá no pillen el hilo. Aparece el personaje de Mr. Fleur, bufón del antiguo rey, intentando coronarse ante una corte de frikis criaturas, las Aves Viejas, representantes con su estética barroca de la decadente aristocracia. Frente a esas ridículas ansias de poder, símbolo de las monarquías caducas, aparece la energía renovadora de la juventud. Un nuevo orden personificado en un catálogo de proezas que empieza con el listón muy alto: las barras rusas acrobáticas, un espléndido número coral con saltos mortales impulsados a gran altura que dibujan coreografías aéreas y exigen mucha precisión y compenetración. Estas habilidades también son obligada asignatura en la arriesgada y bella perfección del trapecio sincronizado de Nicolai Kuntz y Roxane Semiankiv.
La poética rueda de Cyr del francés Ghislain Ramage, los vistosos hula hoops de la china Yan Zhuang y el ejercicio de contorsionismo y fuerza, con equilibrios sobre manos, de la artista de Mongolia Oyun-Erdene Senge, dan un respiro al personal, que vuelve a encenderse con la danza tradicional samoana del musculado Jacktai Laban. El tatuado artista eleva la temperatura manipulando con gran destreza bastones de fuego que se acercaba a los pies y la boca. Aunque ya visto en los faquires desde la antigüedad, siempre impresiona ver el temido y doloroso elemento en contacto con el cuerpo humano.
La seducción y la fuerza se dan la mano en la preciosa rutina de cintas aéreas de Yulia Makeeva y Alexey Turchenko, que evolucionan bajo una suave nevada mientras Sarah Manesse interpreta, por fin, ‘Alegría’. El tema, con nuevos arreglos y distinta cantante, suena menos celestial que la original. Otros dos números corales de altos vuelos completan el programa. Las explosivas y trepidantes acrobacias en las camas elásticas, con saltos y piruetas que casi besan la cúpula de la carpa y, como broche final, los siempre sobrecogedores trapecios voladores, con una ‘troupe’ internacional desafiando el más difícil todavía sobre una red que alivia la tensión del público. No hay que olvidar las vidas que se ha llevado este arriesgado oficio, también en esta cuidadosa multinacional. La última, la del acróbata francés Yann Arnaud, que se precipitó desde cuatro metros de altura durante un ‘show’ en Florida en el 2018. Esperemos que ningún otro accidente empañe los alegres sentimientos que irradia el Cirque du Soleil, dibujados en las sonrisas de los espectadores tras la función. Fantasía, magia y emociones que no caducan.