Don Perlimplín, home madur i inexpert, accedeix a contraure matrimoni amb la jove Belisa perquè així ho exigeixen les convenccions socials. S'obre un nou horitzó, el de la passió amorosa, en contemplar el cos de Belisa. És un desig frustrat " que no puede abarcar". Ella busca en els seus amants la passió que no li ofereix Perlimplín, però ell, que no vol reaccionar d'una manera "calderoniana", s'empesca una singular i perversa trama per poder aconseguir el seu objectiu, ser estimat com ell desitja... Aquest serà el "triunfo de su imaginación".
Aunque García Lorca no presentara su Amor de don Perlinplín… como una “farsa guiñolesca para títeres de cachiporra” como lo hizo con su Tragicomedia de don Cristobal…, los artífices de este montaje sí han querido hacer de este Aleluya erótica en cuatro actos y un prólogo, una obra de títeres humanos. Para ello han recurrido al texto con el que se inicia el Retablillo de Don Cristóbal y el final del mismo en boca del Director. Aquí el texto es dicho por un joven poeta, en traje de faena, que recuerda al Federico García Lorca de La Barraca. Una vez metidos en harina, nos vemos envueltos en una farsa de personajes humanos “aguiñolados”, sus voces en falsete y una gestualidad un tanto exagerada y ridícula dotan al montaje del aire fresco y desenfadado que parece pedir a gritos una obra de estas características. Para acabar de dar un plus lorquiano, se ponen en boca de Belisa algunos versillos también del Retablillo, se cantan coplas populares y algunos versos de la propia obra (La leyenda del tiempo, Camarón de la Isla). En poco más de una hora, se desenreda este divertimento de un erotismo sutil que capaz de hacer las delicias del público popular y también del espectador más exigente. La sencillez preside el montaje: con sólo cuatro actores se recrea toda la farsa, duendes y secundarios encarnados por Anna Brianso y Jordi Sanosa. Aunque tratar de secundario el personaje de la criada Marcolfa es poco exacto, ella es quien entrega a Don Perlimplín a los encantos de Belisa y, como todas las fámulas de Lorca, es un personaje completo y de relieve a quien Anna Brianso ha sabido dar el tono preciso. Luego están la encantadora Belisa que Almudena Lomba hace toda sensualidad a caballo entre lo naïf y lo picante. Y el bueno de Don Perlimplín, un Manuel Veiga tierno, dulce e inteligente que arranca aplausos en sus recitados y nos hace devotos de su trágico sacrificio. El resto es un jardín apenas insinuado, con reflejos de agua y luna, y un lecho y unos balcones que no lo son, obra de Paco Azorín. Una propuesta de dramaturgia y dirección notable para una obra, aunque menor en enjundia, de claro trazo lorquiano.