Format al Conservatori de Sant Petersburg, Boris Eifman va transformar la tràgica i aclamada novel·la de Lev Tolstoi del 1877, Anna Karenina, en un dels drames més emocionants de la dansa contemporània, a partir de fragments procedents de diferents obres de Txaikovski. A causa del seu concepte de moviment dinàmic de la tràgica història d’amor, plena de passió i desesperació, aquesta peça és considerada l’obra mestra del coreògraf rus.
La primera representació del ballet a Sant Petersburg (2005) va confirmar una vegada més la reputació de Boris Eifman com el coreògraf més destacat del seu país. Després ha omplert els teatres de tot Europa i Amèrica i ara arriba per primera vegada al Liceu. L’espectacle ha estat saludat com un dels més estimulants ballets contemporanis d’arrels eminentment clàssiques, gràcies a la sàvia interacció entre música i coreografia.
Anna Karenina es sin duda una de las novelas rusas que más han influido a la cultura europea. Existen ya muchas y muy variadas versiones cinematográficas, adaptaciones teatrales y por supuesto dancísticas. En cada uno de los lenguajes artísticos, podemos encontrar puntos focales distintos del conflicto interno de esta mujer tan apasionante como apasionada. Específicamente dentro del lenguaje del ballet, la otra versión que se conoció en el teatro del Liceo fue la de Maya Plitseskaya con música de Rodion Shchedrin en la temporada 1983-1984 del pasado siglo, que se presentó con un éxito arrollador por lo que describen las críticas de la época.
En esta ocasión estamos hablando de una versión muchísimo menos narrativa y mucho más centrada en el teatro psicológico ruso. Con coreografías complejas y llenas de sentido dramático, espectaculares y llegando al punto justo casi de acrobacia para expresar tanto los conflictos internos de cada personaje como las formas de relaciones entre ellos, Boris Eifman nos lleva a un universo humano de asombrosa profundidad.
Una producción que resume, en las líneas más puras, la estética del siglo XIX, una serie de metáforas visuales que nos llevan mucho más al mundo inconexo que se ha creado en el interior de la protagonista y un enfoque sumamente humano para representar a los tres protagonistas de la historia, son algunos de los aspectos más interesantes de este espectáculo.
Paradójicamente, aunque el espectáculo de 1983 pudiera parecer más tradicional en su estética visual, la música era mucho más moderna y fue escrita ex profeso. En el caso de esta versión la estética visual y coreográfica es mucho más moderna pero la música que se utiliza es una serie de fragmentos de obras de Piotr Illich Tchaikovsky (1840-1893).
Punto a parte y mención especial merece la extraordinaria calidad técnica de todo el cuadro de baile y por supuesto, de los bailarines solistas. Maria Abashova es simplemente extraordinaria. Una expresividad remarcable, con unas capacidades física y técnica impresionantes, hicieron de su interpretación una de las más emocionantes que se han visto en la danza de los últimos años en el Liceo. Sus compañeros de escena y de triángulo amoroso: Oleg Markov y Oleg Gabyshev hicieron también un trabajo estupendo, no sólo técnicamente sino también interpretativamente.
Hace poco comentaba con un amigo dramaturgo la vigencia de las historias y realmente creo que, el gran secreto de la validez de una historia en todos los tiempos no está en la trama en si, sino en la manera de contarla. Cada lenguaje artístico tiene herramientas distintas,el uso de ellas hace de las versiones algo único y siempre lleva la firma de su autor. En este caso, lo que podemos ver es una manera distinta de bailar, de usar el lenguaje del ballet que parecía ya imposible de modificar y una propuesta para integrar esa tradición teatral y literaria magníficas a la danza.
Es una toda una experiencia, ciertamente.