Una dona apareix a l’estació de tren Grand Central Station de Nova York. Vestida amb un vestit de núvia amb una taca enorme de sang. En un monòleg interior, íntim i fràgil, la dona ens anirà explicant cóm ha arribat fins allà, què vol dir aquesta taca al vestit, qui és i d’on ve. Una vida com la de molts d’altres, que s’anirà desgranant i esquinçant fins a trencar-se del tot.
Ha passat un any, la dona segueix a la Grand Central Station de Nova York. No ha sortit de l’estació des que va arribar. Ha de prendre un decisió, la vida l’atropella com a molts d’altrTots nosaltres estem fets de múltiples “nosaltres”, som el que hem estat, els infants, els adolescents, els feliços, els solitaris… I tots els “nosaltres” que ja som, segueixen formant part del nostre ésser en l’aquí i l’ara.es…
Liz, la protagonista de Aquí "De Santander a NY" de Queralt Riera es una mujer trágicamente atrapada en el marco mental de los hombres. Abnegación, sumisión y la fantasía escapista del amor romántico. A cambio, abandono, menosprecio y violencia. Cenicienta que crece sometida a la miseria moral provinciana de una película de Bardem hasta que un giro inesperado en su vida yerma de ilusiones -esa maldita rueda del amor de los cuentos de Joyce Carol Oates- la convierte en una víctima del azar en la ciudad de Paul Auster.
Ella -en la Sala Atrium son tres: Annabel Castán, Patrícia Mendoza y Núria Tomás- explica su historia vestida(s) de novia perdida, ensangrentada y enajenada de todas sus esperanzas entre la coreografía de la multitud de la Grand Central Station de Nueva York. Un escenario de mármol y tránsito perfecto para un monólogo de verbo excitado. Un palacio del anonimato para desprenderse de todo y adentrarse en la invisibilidad de los eremitas urbanos -voluntarios o forzados- que Auster ha convertido en un reconocible imaginario literario. Una náufraga de dique seco que abraza la locura como El rey pescador de Terry Gilliam para huir para siempre de Santander.
El texto de Riera -también directora del montaje- posee la ambición de alejarse de los argumentos, perfiles y recursos dramáticos más trillados. Aquí exhibe una cuidadísima fuerza literaria. A veces poesía en prosa, con una evidente búsqueda de la musicalidad de las palabras. Pero además logra que el humor esté casi siempre presente como una corriente subterránea. Ironía doliente. No es una comedia. Es la risa de la desesperación, la incredulidad, la rendición absoluta. Una sonrisa amarga. Un matiz que hace aún más interesante el soliloquio interior de la protagonista. Personaje que encontramos en la frontera entre la cordura y la locura, y acompañamos en su caída. Quizá -y es una muy apreciación personal- hubiera sido más caritativo dejarla suspendida en esa tierra de nadie, en la zona gris de los locos-cuerdos, y no entregarla a un último gesto romántico, como si el sino de Anna Karenina se presentara como la última solución a su desgracia. Quizá no se merece acabar su existencia de ficción como una dama marcada de una novela del siglo XIX.
La solidez dramática es algo menos evidente en la puesta en escena. La opción de multiplicar la voz de Liz en tres intérpretes abre la obra a una mirada más fragmentada que encaja muy bien con el desorden vital y emocional de la mujer. Es una coreografía sincopada de sentimientos que funciona mejor cuando se expresa con cacofonía que con eufonía. Y las tres actrices, las tres excelentes -con Annabel Castán sobresaliendo ligeramente sobre sus compañeras- aportan interesantes notas diferenciales que hacen el personaje y su desequilibrio aún más rico. Menos afortunada es mantener alguna idea surgida en los ensayos -como el guiño meta-teatral- sin demasiada incidencia ni recorrido en la dramaturgia propuesta, o el vídeo que enlaza los dos actos y que no va más allá de un recurso para permitir un cambio de vestuario. Oportunidad desaprovechada.
En este sentido, Queralt Riera se muestra como una más que interesante dramaturga -con una clara voz propia- que aún tiene recorrido por delante para exhibir la misma seguridad y unicidad como directora de escena.