Trec el cap a l’aula de l’escola de dansa a la qual em vaig formar com a ballarí. Em mantinc en el llindar de la porta perquè la classe havia començat. Tot estava exactament igual a com ho havia deixat. En el ballet res canvia.
– “Ha vingut algú. No et conec”
– “Disculpa no vull molestar ” vaig dir
– “Ara sí et conec !! …la veu!! Diu la meva professora. Se’m va acostar. Ens vam abraçar i vam riure abraçades una bona estona.
– “Ara ets rossa!” em diu. Em convidar a entrar, ens vam asseure al banc de professors: “Bé i com et diem ara?”
– “Sóc Celeste”.
Bijou suposa la presentació de la seva transició de gènere. És una nova etapa en la carrera d’ aquesta artista singular que ha sabut treballar des de la pròpia biografia del seu cos per abordar temes com la identitat , el sexe i la llibertat. Celeste González és probablement una precursora a casa nostra en el tractament del porno en escenaris contemporanis.
Usted decide mostrarse tal cual es. No recuerda momento más intenso: ¡fuera máscaras! esta soy yo. Nadie ha dicho que el instante más feliz, que no estamos en un cuento de hadas. Pero sí el más memorable. Como en la primera parte del nuevo espectáculo de Celeste González, estrenado en la Sala Hiroshima de Barcelona. Aquí estoy, con mis cosas incluidas. Lo de ser parte de una minoría aquí no cuenta: ¿acaso no lo es una bailarina? ¿se le ocurre a usted cosa más rara que salir a exponerse imitando los delicados movimientos del cisne en su ocaso vital?
Pero aún hay más: para que nadie piense que esto queda solo entre artistas. De nuevo con el recurso del vídeo, la selección de imágenes y unas cuantas frases proyectadas. Como hiciera esta imprescindible artista en la que hasta la fecha es la obra más aclamada, premio de la crítica de Catalunya 2015: Wakefield Poole: Visiones y Revisiones. Sin querer dar pistas, pero si no conocen una conmovedora historia de un delfín y su cuidadora, prepárense para lo que llega. Con el gran acierto de no caer en la trampa de convertir Bijou en la segunda parte de aquella pieza.
Así trascurre el principio de la obra. Sin sobresaltos. Conscientes de la verdad del propio personaje. Casi un retrato autobiográfico, algo faltado de ritmo, generando más expectativas de movimiento que las mostradas, pero hilvanando con delicadeza un retrato que de golpe, sin aviso previo, se torna oscuro y desesperanzado.
No se extrañe si no estaba preparado para ello. Ese es el trabajo del artista: desvelar lo que se esconde tras el trazo grueso del ignorante. Despertar a la mirada complaciente. Provocar.
Es posible que en exceso. Todo tiene un precio y lo sabemos. Y que es muy probable que no todo el mundo esté dispuesto a aceptarlo. Aunque hay que decir que quizás que con el punto de humor cínico con el que Celeste González se mostró en la ocasión anterior, hubiera resultado más amable, más digerible...
Lo que no le quita razón. Lo que no evita que se salga de Bijou con más inquietud de como se entró: un enorme esfuerzo y compromiso por explicar una realidad, por dura que sea. Que es precisamente lo que de verdad deberíamos agradecer al arte escénico. El resto (el ritmo, el movimiento, la repetición de algún efecto escénico...) se pule, se perfila, se mejora poco a poco: tiempo es lo que debemos reclamar una vez más para la danza. Eso y el precio justo para que puedan desarrollar proyectos (vitales) como este.