Per què associem Rocío Jurado amb l’Espanya cañí i Alaska amb la contracultura dels vuitanta quan “la más grande” va cantar a l’empoderament i a la masturbació femenina, mentre que Olvido Gara fa anys que col·labora amb la ràdio de la Conferència Episcopal? Té a veure amb l’apropiació que va fer el franquisme de la cançó espanyola? Té a veure amb el model de dona que projecta cada artista i el públic al qual es dirigeix? Té a veure amb qüestions musicals, estètiques o de classe? Cançons que acaben en fade out intenta respondre aquestes preguntes des de l’escena, convertint una recerca musicològica en una conferència performativa amb mirada feminista, ànima folklòrica i música en directe.
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Hay dos momentos de 2023 que podrían resumir las Cançons que acaben en fade out de La Copla de Wisconsin en el Teatre Tantarantana o, lo que es lo mismo, el revuelto río ideológico de la cultura popular española de los últimos cincuenta años.
El primer momento fue en enero pasado, cuando el cantante Mario Vaquerizo, asociado a la Movida madrileña, protagonizó el polémico vídeo promocional de la Comunidad de Madrid para la Feria Internacional de Turismo (FITUR), generosamente remunerado por el gobierno liberal-conservador de Isabel Díaz Ayuso. Más allá del ruido en redes, aquella autocelebración chulapa para turistas pudientes resucitó una vieja cuestión de fondo, y es si la llamada contracultura madrileña de los 1980 se había derechizado al envejecer o si, en realidad, había disfrazado durante medio siglo su conservadurismo de raíz con estridentes gritos libertarios, que hoy se revelan más bien impostados cuando uno escucha las opiniones de Alaska, el propio Vaquerizo, Loquillo, Fabio McNamara o David Summers.
El segundo momento fue en agosto, cuando el título de una copla de María Jiménez, Se acabó, devino en hashtag viral de la protesta feminista contra Luis Rubiales, entonces presidente de la Federación Española de Fútbol, por un beso no consentido a la jugadora Jennifer Hermoso en la final del Mundial. Jiménez murió un mes después de que su acabose fuera trending topic. Y entre la etiqueta almohadillada de la folclórica y el spot turístico del contraculto, uno se pregunta si el relato oficial no era al revés, si la Movida madrileña no era la supuesta disidencia cultural de la izquierda desde la Transición, mientras que la copla andaluza había de representar la casposa banda sonora de una dictadura de ultraderecha. Al menos, eso nos habían contado. O eso habíamos creído al escuchar sin demasiada atención la música de las cañí y los de las cañas.
El fade out de la Transición
La Copla de Wisconsin sí ha escuchado atentamente a unos y otras, y sus Cançons… llegan a una atractiva conclusión. La historia era al revés. O no tan al derecho como nos decían. La Transición despreció a las tonadilleras que escuchaban nuestras madres y abuelas para encumbrar el punk nihilista y el rock agresivo de sus hijos y nietos. Una tesis que Cinta Moreno, Salvador Sánchez y Joel Moreno defienden con uñas, dientes, entrevistas y una conferencia performativa que hace sonar, con bibliografía, videografía y discografía, las coplas del tardofranquismo y las guitarras eléctricas de la democracia.
De todo eso emerge una auténtica batalla campal entre música y letra. Mientras el rock de garaje de Loquillo romantizaba un troglodita La mataré (“A punta de navaja / Besándola una vez más”), Jiménez anunciaba a su maltratador un aflamencado Se acabó (“Mi mundo es otro”). Lo primero, sin embargo, prevaleció musicalmente sobre lo segundo. Y Cançons… ha encontrado una hermosa metáfora para explicar este silenciamiento político de la izquierda cultural. La Transición hizo un fade out. La protesta se fundió en un cuidadoso silencio de mesa de mezclas. La nueva disidencia oficial, de la mano de Enrique Tierno Galván, alcalde socialista de Madrid, institucionalizó sus salvajes gritos de libertad sin ira social. Y hasta la publicidad de FITUR. Lo explicaban los Refrescos en Aquí no hay playa mejor que ningún sesudo ensayo: “Podéis tener Movida (hace tiempo) / Movida promovida por el ayuntamiento”.
Mash-up, ensayo político y TV
La función en el Tantarantana empieza con una obertura, como las óperas, concentrando en pocos compases todo su meollo. Sobre las inconfundibles guitarras de las Vulpes en Me gusta ser una zorra, oímos las letras sexualmente arrebatadas de Rocío Jurado. Y se obra un pequeño milagro. La Más Grande parece de otro mundo al cambiar de base. Y eso que aún no hemos llegado a lo más difícil. Los mash-ups. La ingeniería musical de Moreno y Sánchez, con la guitarra y los coros del otro Moreno, que mezclan el erotismo marino de la Jurado en Amores a solas con el Love to Love You Baby de Donna Summer y el Je t’aime… moi non plus de Serge Gainsbourg y Jane Birkin (aquí transformado en un autosexual “je m’aime”), elevando el supuesto provincianismo andaluz a la internacional de las libertades sexoafectivas.
El pop bastardo, sin embargo, también cruza líneas enemigas y demuestra que lo mismo da si Nino Bravo se obsesiona con Noelia que si Julio Iglesias nos habla de Gwendolyne o Manuela o si Raphael es aquél que cada noche te persigue. Son musical y moralmente intercambiables. Oímos las palabras de un maltratador perder su tramposa modernez al desaparecer la electricidad de sus acordes. Y hay en estos juegos de Sánchez y los Morenos un maravilloso efecto Kuleshov, un montaje de versos y melodías que se reinterpretan al tocarse, que se aclaran al confundir estos improbables compañeros de playlist que, en otro lugar, se matarían o habrían acabado.
Además del alocado rocola, el trío de Wisconsin emplea el ensayo político y la entrevista televisiva para conferenciar sobre su tema. Nos explican la cultura de la Transición, ahora sí, con el prosaísmo de las letras académicas, lamentando que la izquierda renunciara a ser por estar o parecer. Apostillan los versos de Jurado o Jiménez para sondear el feminismo latente en su poderosa feminidad sin etiquetas. Nos cuentan la historia queer del flamenco y la importancia de las medias palabras para ensanchar el imaginario LGTBIQ+, para construir un folclore del futuro que en verdad venía del gran Miguel de Molina, amigo de Federico García Lorca. Y nos recuerdan la caspa de aquella televisión de tonos saturados que ponía el machismo de sus conclusiones en el enunciado de sus preguntas, humillando el arte de las folclóricas con chismorreos y chascarrillos de taberna.
Sólo se echa de menos en Cançons…, junto a su asertiva tesis, algo más de antítesis. Junto a sus todopoderosas protagonistas, unos antagonistas de carne y hueso. Porque los benditos atrevimientos de las cantaoras se entenderían comparativamente mejor contando algo de esa Olvido Gara que, nos dice el programa de mano, colabora desde hace años con la Conferencia Episcopal o que, recordamos muchos, pasó de aparecer en La bola de cristal de Lolo Rico, donde la Bruja Avería clamaba “Viva el mal, viva el capital”, a capitalizar su intimidad con Vaquerizo en un programa de telerrealidad o a hacer publicidad para un banco. La tesis de Cançons… y sus heroínas habrían lucido aún más con una buena némesis, con el retrato más o menos detallado no sólo de las señoras, sino también de aquéllas y aquéllos que decían que eran libres.
Acabar en sold out
Cançons… se estrenó en diciembre de 2022 en el Teatre Eòlia, una de las pequeñas salas de Barcelona ‘On el teatre batega’, y ahora recala hasta enero en el Tantarantana, del mismo circuito de aldeas galas. Enésima prueba de que, en medio de una temporada irregular y conservadora, el teatro catalán late a menudo gracias a precarias redes de apoyo y a atrevidas propuestas como ésta. Una propuesta importante por su calado político y cultural, por su sólida documentación, por su ingenio verbal y musical, por su sincera emotividad y por su oportunidad histórica, que clava otro clavo en el ataúd narrativo de la Transición ahora que da más síntomas de agotamiento que nunca. Un ataúd que empezó a ensamblarse en aquellos mismos años, desde la Crónica sentimental de la Transición de Manuel Vázquez Montalbán hasta el mítico Qué sabe nadie de La Clave de José Luis Balbín. Y se hace evidente que esta creativa rememoración de La Copla de Wisconsin debería girar por Cataluña y fuera de Cataluña, que debería explicar la Movida madrileña en Madrid. Y 2023 parece traer buen fario. En el centenario de Lola Flores, y tras la viralidad mundial de Jiménez, estas Cançons… deberían acabar en sold out.