Cascas d’Ovo neix d’una necessitat d’explorar una comunicació telepàtica, sobrehumana, com a exponent màxim de la connexió relacional d’una parella.
Cascas d’Ovo ofereix una experiència d’una nova dimensió de diàleg on es repensen les relacions socials i les seves formes d’expressió: el teatre com a microorganisme de la societat que submergeix el públic en el silenci i en la música de cossos que es comuniquen.
La pieza con mayor implicación emocional del Festival Sâlmon< probablemente ha sido la de Lander Patrick y Jonas Lopes: Cascas d'Ovo. Dos hombres, con los ojos tapados, confiados solo al contacto físico. Excelente desde el punto de vista de la coordinación entre los dos intérpretes, tiene varias capas de significado con las que el público puede encontrar su propio sentido. Este esfuerzo de diálogo entre la danza y el espectador es una característica fuerte del lenguaje del movimiento. A veces más críptico, en ocasiones bastante más lineal, como aquí. Pero la ausencia de la palabra es otro de esos elementos de la construcción en los que deberíamos insistir más a menudo. No es para nada una limitación, sino justo todo lo contrario: un espacio abierto a la (re)significación. Sólo necesita de una actitud activa. Algo que, sea dicho de paso, no se perfecciona solamente con una buena lectura o un experto. Más bien con un esfuerzo personal extra. Desde luego muy contrario a la pasividad con la que se quiere al consumidor de cultura o esa decena de extras con su deambular existencial con el que cierran la pieza, que aparecen con sus mil tareas y obligaciones, ajenos completamente a la felicidad corporal que los dos bailarines están compartiendo. Ellos, es cierto, están algo abstraídos de la realidad, en pleno enamoramiento. Pero no me dirán que el resto simplemente no se enteran de ese pequeño milagro que es el amor bailado entre dos.
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