Cristo está en Tinder

Teatre | Nous formats

informació obra



Direcció:
Rodrigo García
Escenografia:
Rodrigo García
Text:
Rodrigo García
Sinopsi:

Després d’uns anys d’absència a Espanya, Rodrigo García torna amb Cristo está en Tinder, una proposta amb un guitarrista i tres performers. El director ha construït l’obra des de la curiositat i l’alerta per reflexionar sobre les interaccions humanes en l’època de les xarxes socials.

Crítica: Cristo está en Tinder

14/12/2023

Rodrigo García autocrucificado por la banalidad

per Manuel Pérez i Muñoz

Aún hoy su teatro fragmentado y provocador sigue siendo una referencia, el más imitado de los creadores posdramáticos. La utilización de referentes católicos y el empleo (o muerte en directo) de animales le valieron escándalos y prohibiciones. Ahora, más clásico que 'enfant terrible', Rodrigo García pasó por el festival Temporada Alta de Girona dentro de la Semana de la Creación. Peregrinaje heterodoxo para ver al maestro, aunque su nueva gramática causó decepción entre algunos acólitos.

'Cristo está en Tinder' es un título trampa: en el espectáculo no hay ni cruces ni aplicaciones para ligar. Estamos ante una pieza cargada de “momentos tontos para una sociedad tonta”, como define el propio director. En los mejores años de su compañía, La Carnicería, los textos descarnados y ácidos en paralelo a una plástica gamberra, convertían los escenarios en auténticos campos de batalla humeantes. Prescindiendo de sus actores habituales, García se rodea ahora de tres jóvenes performers y un músico, salto generacional hacia la nada, cambio de energía. Se sigue buscando la provocación, pero se llega a ella a través de escenas que rezuman cierta estupidez. La violencia deja paso a la banalidad que impregna las relaciones humanas en una sociedad mediatizada por la tecnología. Ahí están esas fotonovelas kitsch proyectadas, colapso pop en idioma app, personajes extremos que anticipan el triunfo de la nimiedad.

Reina el sarcasmo. Sin animales en escena, gana protagonismo Tito, un perro robot que con sus coreografías baja el listón hasta la pista de un circo deshumanizado. Quizá por venganza contra la autocensura, el chucho mecánico sirve también de coartada para los chistes machistas, como un recuerdo desfasado de provocaciones de otro tiempo. Dos tipos de escenas, 'Palabras ajenas', 'Cuerpos ajenos', disyuntiva para hablar de la alteridad hecha tendencia, impostura omnipresente que subrayan monólogos bobos interpretados en sobreactuado playback tiktokero. Un paisaje poblado por gurús 'healthy', niños pajilleros y otras transgresiones de baja intensidad. La representación teatral de un mundo de serie Z.

Hay artistas que siempre hacen lo mismo y otros que se preocupan por renovarse. Rodrigo García es de los segundos, aunque corra el riesgo de infectar su lenguaje en transición con la imbecilidad que intenta criticar. Al final, el único intérprete que sale a saludar es el perro robot, aun así, la gente sigue aplaudiendo; un buen resumen.