Per Varsòvia corre una llegenda, la del cartògraf del gueto. L'ha sentit la Blanca, una dona encuriosida per la història d'un ancià que, mentre el gueto jueu de la ciutat anava desapareixent i els seus habitants marxaven cap a la mort, es va entestar a dibuixar un mapa de la zona abans que aquell paisatge urbà no s'esvaís completament. Massa vell per sortir al carrer i recollir la informació que havia de plasmar en el seu mapa, el cartògraf confiava en una nena que, amb les seves anades i vingudes, li subministrava les dades necessàries per completar el seu treball. Sí, és una llegenda. Però la Blanca la prendrà com a realitat i començarà a buscar per tot Varsòvia aquell mapa inexistent. Ho farà de manera obsessiva i sense adonar-se que, segurament, no va tant a la recerca d'un mapa com de la pròpia identitat.
Interpreten els personatges protagonistes Blanca Portillo (vista al Grec per última vegada el 2014 defensat el monòleg de Colm Tóibín El testamento de María) i José Luis García-Pérez, uns actors que traspuen virtuosisme i que es mouen en un escenari auster que ells aconsegueixen convertir en un prodigi d'expressivitat. Tot per explicar una història nascuda de la ment de Juan Mayorga, director i dramaturg amb obres traduïdes a una vintena d'idiomes i que ha obtingut els premis més prestigiosos durant la seva carrera artística. Va concebre aquesta història durant un viatge a la capital polonesa, en veure una exposició amb fotografies de l'antic gueto i adonar-se que, en el temps present, resultava impossible situar les imatges sobre un mapa.
Nada que cree el ser humano es imparcial. Incluso lo más aparentemente objetivo tiene un punto de vista. Pasa con las noticias y con las fotografías. Y también con los mapas, ya que estos ilustran solo una perspectiva, una parte de la historia. ¿Puede un mapa dibujar el recorrido vital de una persona? ¿Y el de una comunidad olvidada?
Ese es el tema central de El cartógrafo, la última obra de Juan Mayorga que hemos podido ver en la ciudad condal. En cuanto a estructura, la obra no es demasiado novedosa. La obsesión de una mujer por una vieja leyenda se narra en paralelo a la propia historia que investiga. Ciertamente, las pesquisas de Blanca –así se llama ella- y la relación que mantiene con su marido son partes poco reseñables y a veces excesivamente alargadas. Más interesante resulta la trama del pasado, la de una niña, nieta de un viejo cartógrafo, que se dedica a caminar lo que su abuelo ya no puede para dibujar el mapa del gueto de Varsovia. El objetivo: dejar constancia de la vida que allí se destruía durante el holocausto.
Sin embargo, lo más atrayente del montaje es la propuesta minimalista dirigida por el propio Mayorga, un ejercicio de simplicidad y metateatralidad. En el momento de empezar, con las luces de sala aún encendidas, los actores delimitan con cinta en el suelo el espacio semivacío de juego. El color rojo cubre los sencillos vestuario y atrezzo creados por Alejandro Andújar: una mesa y unas sillas con los que Jose Luís García Pérez y Blanca Portillo crearan y jugaran a interpretar. Como si se tratara de un ensayo, como un mapa que nos guía por la obra.
El actor se defiende convincentemente, especialmente encarnando al viejo cartógrafo desde una mezcla de fragilidad y rudeza. Pero la ovación de la noche se la lleva Portillo por la evolución física por la que transcurre, logrando envejecer y rejuvenecer décadas en unas pocas décimas de segundo. Su voz y su movimiento quedan perfectamente definidos en cada momento, y si de niña transmite una pureza simpática, de mayor se inunda de ironía melancólica.
La inclusión de la obra dentro de la propia obra es una constante en forma y contenido. El director muestra conscientemente las estrategias teatrales y no oculta cuál es su perspectiva: La del observador que habla de aquello que sólo conoce desde la distancia. ¿Qué legitimidad tenemos para representar aquellas tragedias que no hemos vivido? ¿Podemos realmente imaginar lo que sintieron aquellas personas? Y aunque así sea, ¿Tenemos derecho a hablar en su nombre? A mitad de la función, los actores salen de sus personajes y se aventuran con unas pocas réplicas a sembrar el debate para que cada uno saque sus propias conclusiones. El debate continuará fuera de las butacas.