El contrato

informació obra



Sinopsi:

Cia Teatre De La Riada neix per donar visibilitat a nous discursos creats i impulsats per dones amb perspectiva de gènere i un desig de recuperar textos de dramaturgues espanyoles que han quedat relegats a un segon pla en la història teatral del nostre país, i el ferm propòsit de portar-los a escena.

Jasica i Nora són dues dones encara joves de vides truncades, amb relacions acabades, infructuoses, compartides i de presència i absència d’homes. Comparteixen apartament i una relació estranya i no definida. Després de molt temps, ha arribat el moment de fer caure un mur que els ha oprimit i obsessionat. El contrato és una obra teatral de la dramaturga Carmen Resino, escrita el 1973, inèdita i no estrenada. Ens distancien més de 40 anys des que va ser escrita la peça i la lluita que retrata no ha acabat, tot just acaba de començar, o en qualsevol cas, continua.

Crítica: El contrato

20/11/2019

De aquellos referentes, los mismos lodos

per Alba Cuenca Sánchez

Dos mujeres, un espacio compartido y un muro que ni se ve ni se define, pero que está. Que ha estado allí durante décadas. Nora y Jasica no saben qué les espera al otro lado, pero quieren comprobarlo. Cualquier cosa es mejor que esa aparente y engañosa “libertad” de la que disponen. Lo demolerán con las uñas, con los dientes si es necesario. Pese al miedo y la incertidumbre. Aunque sea doloroso, agotador y destructivo... ¿verdad?

Han tenido que pasar más de 40 años para que el texto de Carmen Resino vea la luz en forma de representación. Y son las actrices Alba Muñoz y Sonia Pérez, fundadoras de la incipiente compañía Teatro de la Riada, que lo han escogido en su voluntad de recuperar y reivindicar a las autoras menos conocidas como una clara declaración de intenciones. Después de leer una copia del texto original escrito a máquina, confirmaron su extraordinaria vigencia y decidieron llevarlo a escena. 

Más que la trama, lo que importa en este drama son los temas que plantea, como melones que se abren para que cada espectador los digiera con su propia reflexión. Cuestiones como la maternidad, la desobediencia, el pánico a la soledad, el sacrificio o las contradicciones internas. Pero quizás el punto más interesante sea la relación autodestructiva que existe entre las protagonistas. Paradójicamente, pese a estar muy marcadas por su condición de mujeres, las dos luchan contra la opresión a partir de valores masculinizados. El cuidado y la empatía que aboga el feminismo son consideradas por estos personajes como debilidades, especialmente en el caso de Jasica, una especie de Bernarda Alba que intenta retener a su compañera a través de la violencia física y psicológica. La dominación que ejerce nos traslada inmediatamente a los mecanismos de control más evidentes de la violencia de género. “Soy lo único que tienes” o “¿Dónde vas a ir?” como métodos de coacción y desprestigio. Desarmar a la víctima para que sienta que su única oportunidad pasa por mantenerse con el agresor. “A veces no pareces una mujer”, le recrimina Nora como si nos estuviera leyendo el pensamiento. Como en tantos otros casos, las dos aparentes libertades, la de ciudadana legal y la de revolucionaria, acaban encorsetando a este personaje de inevitable reminiscencia ibseniana

La dirección de la pieza corre a cargo de María San Miguel, quien concibe el espectáculo con una puesta en escena vacía, con solo dos sillas blancas, una pantalla con algunas proyecciones y alguna que otra sorpresa sonora que nos trasladará al presente más inmediato. La rigidez marca las interpretaciones, con una coreografía de movimientos muy marcada, performática, y un tono solemne, a veces demasiado. Se echa de menos algún momento más liviano, que deje respirar y contraste con las escenas de mayor intensidad, más allá de las desconcertantes imágenes proyectadas en las transiciones (obra de Muñoz junto al cineasta Isaki Lacuesta). Y es que, aunque el lenguaje de la obra es muy cotidiano, la situación es extremadamente sombría, con un tono duro y distante que las actrices aguantan estoicamente.

¿Qué tiene la Zarzamora que a todas horas llora que llora? En la popular canción de copla que suena al inicio y al final, una mujer llora por la deshonra de haber sido engañada. En El contrato, las mujeres lloran por dentro por la misma presión que todavía, en los 70 y en los 2000, se mantiene. En la intimidad del piso, ellas muestran su rencor y su soledad mientras intentan liberarse con las herramientas que tienen, las únicas que conocen en un mundo de referentes masculinizados. Una obra pesimista – así lo admite la autora- y sin embargo necesaria, que cumple con la función más compleja del arte: mantenernos en un continuo cuestionamiento. 

Link de la crítica original

Trivial