El Gran Ballet per excel·lència
Una captivadora història d'amor (un príncep, una bella jove transformada en cigne pel conjur d'un bruixot, un engany mortal...), el virtuós doble paper d'Odette/Odile, la força de la música de Tchaikovsky, i un dels més grans pas de deux del repertori del ballet, converteixen El Llac dels Cignes en una experiència única.
Un entorn romàntic, una coreografia esplèndida i una inoblidable història d'amor sentenciat es combinen per fer El Llac dels Cignes un autèntic ballet clàssic, aclamat per públic d'arreu del món.
Amb més de 40 ballarins a escena, aquesta sumptuosa producció del Royal Russian Ballet captura tota la bellesa i el drama de l'autèntic ballet romàntic, un clàssic atemporal que apel·la a qualsevol generació.
La noche del jueves el Teatre Nacional de Catalunya (TNC) abrió sus puertas al Royal Russian Ballet que ofreció una discreta versión de El lago de los cines. El elenco hizo una entregada interpretación pero lejos del virtuosismo que requieren las obras del repertorio clásico. Sin embargo el entusiasmo y buena voluntad de los componentes del Royal Russian Ballet enterneció al público que acudió al TNC y que no dudo en aplaudir a estos ilusionados intérpretes al final de la representación.
El lago de los cisnes es el ballet del repertorio clásico más conocido universalmente tanto por la fértil coreografía de 1895 de Marius Petipa y Lev Ivanov, que se estrenó en el Teatro Mariinsli de San Petersburgo, como por la bella e intensa música de Piotr Illich Chaikovski, a lo que hay que añadir el misterio que encierra su personaje protagonista: un cisne blanco que se vuelve negro por unos instantes para luego volver a ser redentoramente blanco. La versión que ofrece el Roya Russian Ballet es modesta en cuanto a vestuario y diseño de luces y aplicada en cuanto a interpretación. Esta compañía fundada en 2008 por el coreógrafo ucraniano, Anatoliy Kazatskiy, es una más de las que visita Occidente periódicamente, casi siempre con medios escasos, y que creen que el sello “rusos”, las convierte ante los ojos de los espectadores equiparables en calidad de baile al Ballet del Bolsohi de Moscú o del Ballet Mariinski de San Petersburgo.
A lo largo de toda la representación el bailarín que más destacó por su virtuosismo y técnica fue Constantin Tcaci en el papel de Bufón, que impresionó al público por sus elevados saltos y su simpática personalidad escénica, sin duda fue el que más aplausos recibió al final de la representación. En cuanto a la pareja protagonista Iryna Khandazhevka, en el doble papel de Odette/Odile, fue un frio cisne blanco y un antipático cisne negro. Esta bailarina ucraniana tiene unos brazos preciosos y una buena técnica pero le falta alma, su interpretación fue mecánica e inexpresiva. Clavó los 32 fouettés pero no tuvieron el poder hipnótico que le otorgan otras bailarinas. Su pareja, Anatolii Khandazhevskyi, fue un correcto Príncipe Siegfried, pero su interpretación careció de la gallardía y romanticismo que emana del personaje.
En el II Acto el elenco femenino estuvo correcto pero no sublime, a los cisnes les faltó amor. El inexistente diseño de luces en esta escena a orillas de lago le resto el misterio y nocturnidad que precisa este fragmento. En el III Acto, que transcurre en el gran salón del castillo del príncipe Siegfried, los miembros del Royal Russian Ballet bailaron con entusiasmo las diferentes danzas, la española, la rusa, la napolitana y la húngara.