Helena Pimenta dirigeix aquesta comèdia escrita entre 1613 i 1618, en plena maduresa creativa de Lope de Vega, que retrata els vaivens amorosos de la comtessa Diana i el seu secretari Teodoro, una relació prohibida per la rigidesa de les jerarquies socials.
Aquest conflicte entre el desig de llibertat i els lligams imposats pel destí només es resoldrà quan la força de l’enginy contribueixi a fer triomfar l’amor, entès per Lope de Vega com el gran anivellador universal que permet enderrocar les barreres socials aparentment més fermes.
Como buena comedia clásica, El perro del hortelano es un texto relleno de amor, celos y juegos de palabras. Y estos son los ingredientes defendidos en la versión que Helena Pimenta dirige al frente de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. La condesa Diana es una más de las protagonistas que se enamoran típicamente de alguien de menor rango social y que por ello se enfrentan a la eterna rivalidad entre la razón y el corazón. Sin embargo, si en otros autores como Marivaux – pienso en El juego del amor y el azar que vimos hace unos años en esa misma sala del TNC, dirigida por Josep Maria Flotats- la condición social resulta determinante y felizmente inviolable, el atrevimiento de Lope de Vega conduce a un final igualmente alegre pero mucho más polémico para la época.
La función se sostiene en el tono cómico y ligero, especialmente apoyado en la energía constante de un reparto bastante lúcido. Destacan muy especialmente Marta Poveda, quien enfatiza el poder de la condesa a través de un marcado carácter, y Joaquín Notario como el leal e ingenioso criado Tristán. Pimenta introduce sobre escena un nuevo personaje, el amor ciego, que se expresa interactuando con los protagonistas mediante la danza de Alberto Ferrero, pero que no llega a crear toda la belleza que podría.
La puesta en escena peca de simple: Tan solo hay paredes monótonas de la casa señorial en las que el único cambio viene dado por las entradas que se abren y se cierran. Los diferentes espacios dramatúrgicos se suplen con la iluminación, recurso que puede ser considerado útil e ingenioso en un montaje de pequeño formato pero empobrece la función en una producción tan llena de posibilidades.
Con todo, la función llega y se va sin dejar una huella destacable. La ingeniosa poesía de Lope y las situaciones cómicas sirven para pasar un rato entretenido sin buscarle a la historia ni un mensaje más actual o profundo ni una emoción latente. “El perro…” se queda pues en una diversión poco profunda pero con la gracia léxica inherente al verso.