Després de Shakespeare, Txèkhov és l’autor que ha entès millor l’ànima humana. Cristina Cervià i La Sueca es nodreixen del seu univers insondable per fixar-se en una de les constants del mestre rus: l’esperança en alguna cosa millor que ha d’arribar a la nostra existència, encara que aquest anhel sigui un miratge, una utopia que mai podrem assolir del tot. Sobretot s’han fixat en els personatges femenins, dones imaginades fa més de cent anys que s’anticipen i ens permeten revisar la realitat: la lluita per aconseguir allò que anhelem, a pesar de tot. Una mirada contemporània, reivindicativa i genuïna sobre els arquetips femenins txekhovians.
Sobre el papel una obra protagonizada y dirigida por mujeres que retratan a las antiheroínas de Chéjov parece cuanto menos interesante. Revisar a personajes como Nina, Irina, Arkadina, Olga, Maixa, Sonia, Elena, Liubov, Varia, Anina... y trasladarlas a la realidad de las mujeres de hoy en día es sin duda una de los más aspectos más atrayentes del proyecto.
La manera de trabajar de la compañía de La Sueca es extraer el jugo, la esencia de los textos y jugar con ellos, con sus personajes, con los dilemas que proponen. Ese juego queda reflejado desde el inicio en escena. Las actrices/personajes salen y entran de escena. Se dirigen al público. No hay un lugar, más allá de los cambio de luz, que indique al espectador los límites de tanto juego.
Sin límites, sin nombres más allá de los mismos que las actrices, es entonces trabajo del espectador ir recomponiendo piezas, tomar al azar cada pedazo de texto y adjudicárselo mentalmente al personaje adecuado. High level.
(...)Desde su estreno el pasado otoño en el festival Temporada Alta, el montaje ha cambiado a una de sus actrices. Hecho que no sería relevante si no denotara una descompensación en las interpretaciones. En el inicio, la interpretación deMar Casas, al jugar con el humor, está más controlada pero al profundizar en el montaje se ve abocada a forzar al límite y eso descomponga en exceso el conjunto. Por el contrario, Mireia Vallès, a la que le han tocado los papeles más duros consigue controlar el tono y gana en credibilidad. La luminosidad interpretativa corre a cargo de Clara Garcés, que quizás lo tenía más fácil ya que, por ejemplo, en el caso Irina, la luz vive en ella.
(...)
Els dies que vindran basa buena parte de su fuerza en el texto y deja más de lado la acción, cosa que se echa de menos. No hay duda que las palabras de Chéjov, aún hoy, siguen vigentes, pero el montaje necesita algo más que buenas palabras. Si podemos "deconstruir" el texto, adaptándolo a la dramaturgia actual, también podemos hacerlo con la puesta en escena, con el ritmo, con la acción...
El "egocentrismo" del texto pasa factura al montaje. A veces no hace falta incluir palabras y sólo basta con actuar. Un claro ejemplo, dentro del mismo montaje, es la escena donde las actrices enmudecen y la música y unos leves movimientos las convierten en "bailarinas de una caja de música". Es una pena que la música deje de sonar.