Un viatge visual, poètic i metafòric sobre el significat de l’ànima
Com seria una òpera d’Agrupación Señor Serrano? Ho descobrirem a Extinció, l’escenificació de les misses de Batalla i pro Defunctis del compositor català i monjo benedictí Joan Cererols. Un treball poètic i visual que inclou càmeres de vídeo, performance, objectes, projeccions en directe i un ensemble vocal i instrumental a escena.
Agrupación Señor Serrano ha venido a hablarnos de nuestra extinción. Y no es extraño que, para darnos el pésame, la compañía catalana eligiera, en plena pospandemia, la Missa Pro Defunctis de Joan Cererols, maestro de capilla de la Abadía de Montserrat en el siglo XVII, que la escribió después de la peste que asoló Barcelona en aquel tiempo. Tampoco sorprende, una vez asumido el imaginario cristiano, que Señor Serrano recurriera a una Missa de Batalla, del propio Cererols, para advertirnos de la lucha de clases de la gig economy o de la rebelión de las máquinas. Y que de esas dos misas, de la amenaza de muerte global y de las florituras audiovisuales de los Serrano haya salido una suerte de auto sacramental instalativo y posmoderno sobre la sexta extinción masiva, tiene también su lógica. Pero, aun así, queda una sensación de sorpresa al ver Extinció, al descubrir que la habitual beligerancia de la compañía contra el vil metal ha mutado en disquisiciones escolásticas sobre el alma humana, en una elevación mística por muy ironizada, en una estética tecnofeudal y ecocristiana para denunciar el extractivismo que nos desalma. Nada más fácil, decían con sorna Marx y Engels, que teñir el ascetismo de crítica al capital. Y la sensación es ésa. El anticapitalismo campechano de Señor Serrano se ha vuelto asceta para confesar algo que suena a renuncia. Un ensimismamiento místico ante el pesimismo ideológico. Entre el alma y el arma, como se dice, los Serrano han rendido lo segundo para recogerse en lo primero. Y nos lo cantan con dos hermosas misas. Una de almas y otra de armas.
Missa Pro Defunctis
Extinció empieza, muy lógicamente, con las expediciones españolas del Renacimiento que abrieron las venas de América Latina. La inauguración del capitalismo global nuestro de cada día. Sobre fucsia flúor, los sobretítulos nos cuentan que es 1541 y que Francisco de Orellana surca con sus hombres el Amazonas. Busca el mítico El Dorado para redimir sus miserias morales y materiales. Y vemos a Marcel Borràs calzarse un morrión de los tercios de Flandes entre una exuberante naturaleza de estudio mientras suena Cererols, con un aire lírico-selvático que recuerda al Herzog de Fitzcarraldo. Pero también al Kingdom (2018) de los propios Serrano, si uno sustituye la polifonía barroca por las guitarras eléctricas a cuyo ritmo nos contaron el auge y caída de una multinacional bananera entre pullas y chascarrillos selváticos que trazan, de un fogonazo en la memoria, la frontera entre el Señor Serrano prepandémico y el pospandémico. El segundo más poético pero también más evidente que el primero. Como cuando nos dice que la codicia de Orellana pervive hoy en las explotaciones mineras de aquella misma Amazonía, donde se extraen piedras tecnológicamente preciosas, empezando por el coltán que insufla un alma a nuestros teléfonos móviles. Y el casco flamenco de Borràs se trueca en casco minero. Y es verdad que el neocolonialismo empresarial recuerda mucho al colonialismo estatal, que la conquista española y el aterrizaje de las Big Tech son dos formas de lucro en la muerte, de necrocapitalismo. Pero resulta un punto consabido o quizá demasiado explicado. Dicho lo cual, nadie puede negar que una Missa Pro Defunctis es la mejor banda sonora que la moral cristiana podía dedicar a la inmoralidad neoliberal.
Tras el relato de Orellana, único texto no cantado de esta primera parte, la bella música de Cererols suena sobre una serie muda de cuadros vivos y virtualizados, que expresan poéticamente los síntomas de este capitalismo criminal. La mano de Borràs atraviesa las capas geológicas de un terrario para exhumar un teléfono móvil que parecía esperarnos desde el Pleistoceno. Y es como exhumar el subtexto de la función. Se compone una lección de anatomía donde los médicos protestantes de Rembrandt son sustituidos por Carlota Grau, vestida de cardenal contrarreformista, en busca del lugar anatómico del alma de Borràs, de cuyo cuerpo extrae un fragmento rocoso como un alma rupestre o una piedra filosofal o de la locura que lo volvería todo dorado. Y uno recuerda que los debates teológicos sobre el escondrijo corporal del alma servían también para no encontrarla en los indígenas americanos y justificar mejor su expolio, evangelización y masacre por parte de los verdaderos desalmados. La teodicea hispánica, tan lejos de la cartesiana, al servicio del Imperio, igual que Orellana.
El Cor Cererols acaba el réquiem cereroliano por todo lo alto, acompañado de salvas visuales contra el extractivismo de los Austrias, desde una oblonga calavera animal cubierta de espesa sangre Titanlux hasta el exotismo del maíz como manjar del Nuevo Mundo, pasando por un chaleco de borrego sintético que convierte a Grau en un desnaturalizado Agnus Dei, pequeña blasfemia del vestuario de Lola Belles que sirve a los Serrano para no perder del todo su espíritu gamberro o profano. Y más allá de algunas evidencias, no se puede negar el riesgo asumido y la apabullante pericia técnica de Señor Serrano, el derroche de creatividad con que nos sepulta a imágenes sugerentes, a metáforas icónicas que dicen tanto o más que el más sesudo diálogo y que engrasan perfectamente las bisagras del díptico cereroliano, porque muchas de estas imágenes cobrarán todo su sentido en la segunda parte.
Missa de Batalla
Los sobretítulos anuncian un breve entreacto en que, irónicamente, somos invitados a encender (o no) las moribundas almas que llevamos en los bolsillos. Y sin más preámbulos arranca la Missa de Batalla de Cererols para celebrar la victoria de Felipe IV en Nápoles. Poderosos aires marciales acompañados de imágenes agónicas, ya no de los siglos de oro de Orellana y Cererols, sino de los tiempos del coltán y del silicio. Tiempos en que un repartidor de Glovo, encarnado por Grau, puede yacer para la autopsia en que ha desembocado su último reparto, en una pietà pop que resuena visualmente en la lección anatómica de Borràs. Tiempos en que un americano profundo puede inflarse hasta reventar (nueva proeza sartorial de Belles) como las palomitas de maíz que engulle mientras le ilumina la luz eterna de su teléfono móvil. Pero ya no vemos el maíz en mazorca que veía Orellana, sino la abstracción plastificada del cereal industrial que Señor Serrano, en un nuevo abracadabra técnico, amplía macrofotográficamente para mostrarnos la orografía del grano explotado y del derivado petrolífero que lo envuelve, como un Amazonas microscópico, que descubrimos con la fascinación de Walter Benjamin ante las primeras reproducciones técnicas de la obra de arte.
El gran momento de la Missa de Batalla, sin embargo, es la batalla verbal entre Señor Serrano y DaVinci 001, la inteligencia artificial que recibe el encargo de contarnos un paseo campestre mientras responde a preguntas sobre el alma humana. Y la máquina augura un inverosímil chaparrón en cielo sereno mientras predice que, después de extinguirnos, viviremos espiritualmente en la memoria de sus servidores. Y ambas respuestas suenan tan increíbles como inquietantemente exactas, abundando en la pesadilla de la singularidad tecnológica como un aguado fin de fiesta civilizatorio. Todo ello mientras ruge el Cererols de batalla, su Kyrie eleison (“Señor, ten piedad”) y alguna otra parte de la misa que uno sospecha troleada por los sobretítulos de Señor Serrano para despertar al sedentario espectador en su butaca. Cantos guerreros e imágenes poéticas que enfilan la función, con algún altibajo rítmico, hasta el contorsionado baile final de Grau al ritmo del Agnus Dei que ha de quitar los pecados del mundo. Un colofón musical y coreográfico como corresponde a las mojigangas que cierran los autos sacramentales, después de las liturgias sacra y profana por nuestras almas y nuestras armas.
Barcelona y Madrid
Extinció de Señor Serrano ha hecho tres funciones, con aforo completo, en la Sala Petita del Teatre Nacional de Catalunya. Y hay algo de alegría y algo de decepción en ello. Alegría por ver a una de las compañías catalanas más interesantes, internacionalizadas y curtidas en eso que llaman ‘escena híbrida’: montajes entre lo textual, lo performativo y lo video-instalativo. Y más alegría aún tratándose de Extinció, la primera obra de los Serrano con inteligencia artificial, un antes y un después en su trayectoria que continuó con Una illa, estrenada el pasado Festival Grec. Pero también una decepción porque esta Extinció del TNC es mucho más modesta que la Extinción estrenada el año pasado en el Teatro de la Abadía en Madrid, con la colaboración del Teatro Real, con doce funciones, con los dos coros de la Missa Pro Defunctis y los tres de la Missa de Batalla. En el TNC, muy al contrario, Extinció ha tenido al maravilloso pero solitario Cor Cererols, magníficamente dirigido por Marc Díaz, con menos cantantes e instrumentistas de los requeridos, sin la espectacular espacialización sonora de la capital, en una sala pequeña y durante una cuarta parte del tiempo, amén de año y medio después de su estreno. Tratándose de una compañía de Barcelona que, además, redescubre al llamado ‘Monteverdi catalán’ para el gran público, cuesta entender que los programadores condales no hayan procurado una sala más grande, más días y con la policoralidad requerida por las dos misas cererolianas, idealmente en colaboración con el Liceu. Y es muy de agradecer que el TNC de Carme Portaceli se haya acordado de este potente Señor Serrano en su cartelera 2023-2024. Más aún si uno considera que es el tardío debut de la compañía en el templo de la dramaturgia catalana, después de casi veinte años de trayectoria y un amplio reconocimiento internacional. Así que se cumple tristemente aquello de que nadie es profeta en su tierra. Y parece que hay que viajar a Madrid para escuchar a Cererols en todo su esplendor policoral y para ver a Señor Serrano en su genuina versión orquestal. En Barcelona nos hemos conformado con una hermosa extinción de bolsillo.