Dario Regattieri presenta Forever Van Gogh, l'obra teatral envoltant d'un geni al Teatre Apolo de Barcelona. Un projecte únic i nou amb música de Ara Malikian, escrita i dirigida pel geni literari del dramaturg Ignasi Vidal. Un espectacle que fusiona dansa, música, teatre i noves tecnologies per oferir al públic una experiència única a partir dels quadres del pintor holandès. En definitiva, una experiència teatral multidisciplinària que no s'ha fet d'aquesta manera a Espanya fins ara.
El ‘boom’ de las exposiciones inmersivas ha llegado a la escena con ‘Forever, van Gogh’, una obra que amalgama la belleza plástica de las proyecciones con texto, danza contemporánea y música. Las cuatro patas de este singular y arriesgado proyecto han contado con nombres relevantes al frente de las distintas disciplinas, lástima que el difícil ensamblaje presente desequilibrios. Alguna pata cojea y la carga emotiva se tambalea. La emoción llega con las maravillosas imágenes de los cuadros del artista, proyectadas en las paredes del escenario. Una apuesta envolvente y visualmente muy atractiva, pero que se resiente en la narrativa que nos adentra en la torturada psique del genio. La tecnología –con el uso de la inteligencia artificial- le gana la batalla al trabajo actoral.
La historia de lo mucho que padeció el pobre Vincent, con sus luces y sombras, ya es conocida y ha sido revisitada muchas veces especialmente por el cine (‘El loco del pelo rojo’, ‘Loving Vincent’, ‘Vincent y Theo’…). El encargado de dar forma al engranaje es el polifacético Ignasi Vidal, que firma la dramaturgia y dirección, y ha optado por el género epistolar como hilo narrativo. El texto recorre el intercambio de misivas (hay unas 700) entre el pintor y su querido hermano Theo, merchante de arte que le prestó el apoyo financiero para dedicarse exclusivamente a la pintura. Seguimos linealmente episodios de la vida de Van Gogh, paradigma del artista atormentado e incomprendido: los días de misionero en una región minera, los fracasos amorosos, la tempestuosa relación con Paul Gauguin y su autolesión en la oreja (aparece vendado pero no se ve la acción)... hasta su fallecimiento. En paralelo, Vidal introduce un interesante contraste: la peripecia del cuadro ‘Campesina frente a una choza’, desde que fuera despreciado en su época, como sucedió con el resto de los lienzos del pintor (solo vendió uno en vida), a su subasta millonaria años después de su muerte. Con una larga trayectoria como actor dramático y de musical (ha sido la Bestia en ‘La Bella y la Bestia’ y Javert en ‘Los miserables’), autor ('El plan') y director, Vidal ha vuelto triunfante al Teatre Apolo (en el 2018 estrenó 'Dignitat'), donde de niño correteaba entre plumas y vedetes, cuando su padre era el gerente y la revista vivía su época dorada.
El montaje ha querido otorgarle un gran protagonismo a la danza, con las exigentes y vistosas coreografías de Chevi Muraday que dan ritmo a la función. El problema es que en el elenco parece haber pesado más la faceta de bailarines y la expresión corporal, y la interpretación dramática se queda lejos de la brillantez. Un entregado y ágil Cisco Lara (además de actor estudió danza e hizo gimnasia artística) pone toda la pasión en el personaje principal, pero al final serán las pinceladas y la música las que mejor expresen el tormento que vivió el holandés. El virtuoso violinista Ara Malikian, que tanto nos hizo reír en su alianza con Yllana en ‘Pagagnini’, firma una excelente partitura que acompaña los momentos de pasión, dolor o desilusión del protagonista, y un violinista interpreta algunos pasajes en directo -en Barcelona lo hace muy bien Juan Salas, que recuerda a Malikian con su cascada de rizos negros-.
Además de los visuales, como elementos escenográficos hay una caja móvil con el aspecto de contenedor industrial, utilizada para recrear distintos espacios de la vida del pintor, y una prescindible estructura con marcos que puntualmente desciende desde el techo. En una escena aparece también al fondo una pared con unas barras sobre las que evolucionan las bailarinas al estilo de las de Sol Picó en ‘Carrer 024’, pero con unos trajes largos más engorrosos que limitan sus movimientos. A destacar la poética y bella estampa final del protagonista, alusiva a la extrema religiosidad del pintor. Quizá el montaje hubiera ganado fuelle convertido en un musical con canciones, pero aun así la experiencia gusta mucho al público, envuelto en la belleza de noches estrelladas, girasoles y trigales.