Un DJ que punxa Bach a les 4 de la matinada.
Un conill amb fòbia a Spiderman.
Unes ratlles de coca.
Un gran slalom a ritme del David Bowie.
Segueixo somniant amb una baixada infinita, el vent a la cara, la velocitat, el silenci, la neu neta, brillant, el sol…
És com si m’estigués esborrant.
Crònica d’una frustració.
Malgrat que els protagonistes es dediquen a una professió considerada artística, la temàtica de l’espectacle no queda inscrita en aquest àmbit sinó que es fa extensible a una bona part de la generació que s’entesta a no envellir i a qui l’aterren les responsabilitats. Una generació marcada pel concepte d’èxit i fracàs. Davant de la solitud i la incomunicació a la qual cada dia els empeny l’engranatge social establert, els tres protagonistes proven de comprendre la complexitat de les relacions i defensen les seves amistats imperfectes. Els veiem evadir-se de la realitat a través de drogues excitants i també psicotròpiques, perseguir la felicitat gairebé com adictes, no volen que la nit, la joventut, s’acabin.
(...)
Hasta esta semana desconocía a Martina Cabanas, a pesar de su granado currículum a sus espaldas en compañías como Els Joglars y con directores como Javier Daulte o Marina Bollaín. Fuga de conills es el primer espectáculo de esta compañía que busca un teatro de cercanía con elementos que vayan más allá del simple teatro de texto.
Y el resultado es una fiesta. Más allá de la que se vive en el escenario, el espectador disfruta viendo y haciendo suyas las frustraciones de estos tres peterpans a los que les prometieron un mundo que no existía. Pero como la resignación no está hecha para el ser humano, ellos siguen buscando su sitio aunque sea en una discoteca a las 4 de la madrugada.
La puesta en escena de Fuga de conills convierte a la pequeña sala del Eixample en una discoteca con DJ incluido. El medley de la noche triunfa por su extravagancia, desde Manolo Escobar pasando por Whitney Houston y acabando en Bowie.
La historia deja retratada a una parte de la generación que se encuentra ahora entre los 30 y los 40, muñecos rotos que una sociedad no ha sido incapaz de salvar. Quizás porque al fin y al cabo todos llevamos uno dentro, las interpretaciones son totalmente naturalistas, dentro del toque surrealista de la historia.
Combinación notable el texto, el gesto y el movimiento en un montaje que destila frescura y que está de plena actualidad. La escena final, que no explicaré, es una auténtica delicia. Esperemos que la compañía Zero10 Teatre siga evolucionando en sus propuesta y no sea flor de un día. De momento, estos conills ya nos han dejado huella.