“Ganas” podría entenderse como el deseo, apetito o voluntad de algo o como la segunda persona del presente indicativo del verbo ganar, con todas su acepciones. “Pavan” nos puede remitir a la danza procesional común en Europa durante el siglo XVI, a los movimientos elegantes del pavo en alusión al estilo de esta danza, o puede también llevarnos a la palabra sánscrita para “viento”, con la que también se conoce al “dios del viento que transporta el Prana”.
Se presentaba en Barcelona, dentro del ciclo #AraDansa2016 de La Pedrera y con el asesoramiento del Graner, Fábrica de Creación de la Danza vinculada al Mercat de les Flors, otra de esas piezas que merece la atención del público que siempre llena en estas semanas de otoño los espacios singulares del edificio diseñado por Gaudí, y muy especialmente de los programadores de pequeños teatros. Danza que no sólo tiene gran interés desde el punto de vista coreográfico y conceptual, sino que además demuestra una vez más los formatos, diferentes espectadores potenciales y temática variada que puede ofrecer.
Cerraba esta edición Guillermo Weickert con "Ganas". El título incluye entre paréntesis el nombre de un estilo de danza medieval y que es la primera que baila en la pieza: una pavana. Tras una breve introducción a modo de contextualización: con certeras palabras, invitando a cerrar los ojos y con un poco de imaginación. Sea a modo de engaño, como estrategia o por contraste, en poco el bailarín andaluz se arranca con lo que sabe hacer con brillantez: el trabajo a ras de suelo, con una energía desbordante y una clase única. De aquel lejano tiempo del gesto mesurado, tranquilo, festivo y compartido de las fiestas cortesanas; a la danza contemporánea más física y explosiva. De la lejanía y la reserva de un baile que no tenía más espacio que el de una pretendida estrategia de entretenimiento de las clases dirigentes, a la libertad creativa de nuestros tiempos.
En el centro del discurso, la idea de ganas. No en el sentido del deseo, pasión o disrupción. Sino desde una perspectiva inocente, casi infantil, y que el intérprete reivindica: la curiosidad por las cosas, la mirada incisiva, la ilusión por las novedades, el dejarse llevar por la sencillez y la vida en clave natural.
Y ahí está Guillermo Weickert bailando sin parar durante casi una hora, elevando por encima de todos una ilusión de valiente, la energía del incansable y su lucha por el presente. Un tiempo que llena de danza y reflexión. Una dedicación a este arte que le está llevando por territorios siempre nuevos, experimentales, íntimamente ligados a una felicidad que contagia y que tiene la sabiduría de enlazar con el público. Si ven la pieza, entenderán de momentos mágicos. Porque lo suyo es pura singularidad* de artista.
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