Inconsolable

informació obra



Intèrprets:
Fernando Cayo
Escenografia:
Paco Azorín
Il·luminació:
Ion Anibal
Vestuari:
Juan Sebastián Domínguez
So:
Luis Miguel Cobo
Composició musical:
Luis Miguel Cobo
Ajudantia de direcció:
Raquel Pardos
Producció:
Centro Dramático Nacional
Direcció:
Albert González
Direcció Musical:
Guillem Galofré
Sinopsi:

Un home de cinquanta anys ha perdut recentment el seu pare. Sorprès davant la magnitud del succés, que ell no havia pogut ni imaginar, desitja compartir públicament l'itinerari dels seus primers quaranta dies de dol. El protagonista reflexionarà sobre la cruesa d’aquest sentiment de pèrdua. 

La mort del seu pare, el 2015, va ser el motiu que va empènyer Gomá a escriure aquest monòleg que es va publicar el 2016 al diari El Mundo. Una vivència personal de temàtica universal que connecta amb l’espectador.

Crítica: Inconsolable

18/06/2018

Contradicción humana

per Alba Cuenca Sánchez

Desde el primer momento, el hijo al que interpreta Fernando Cayo ejerce de maestro de ceremonias y nos cuenta honestamente lo que quiere mostrarnos: Un trayecto por el duelo a través de su historia personal, escrita con escenas y reflexiones sueltas durante los 40 días que siguieron a la muerte de su padre. En eso se basa Inconsolable, el monólogo escrito por el filósofo Javier Gomáen la que es su primera incursión en las artes escénicas. Personaje y autor se funden en una especie de conferencia en el que se nos relatan algunos pasajes de su viaje, en un intento de comprender – si es que eso es posible- y aceptar la orfandad. El sentido de la vida y la muerte son meditados en medio de sensaciones y experiencias, pero también de conceptos y explicaciones de vocablos sencillos pero tono elevado.

Nuestro protagonista se desnuda melancólicamente pese a su voluntad de huir de lo que considera, así nos lo explica, literatura maleducada -aquella en la que los autores relatan las miserias de sus vidas con la voluntad de superar sus traumas-. Finalmente acaba cayendo, como él mismo reconoce al final del texto, en contarnos sus vivencias más íntimas y personales. Dicho sea no obstante que, lejos de ser molesto, este proceso realza la universalidad de sus preceptos. Si los pensamientos son interesantes, son las partes más experienciales las que más nos conectan con él. Las anécdotas más cotidianas, salpicadas de un humor y una ironía llenos de ternura, denotan la parte más humana del espectáculo.

En este sentido, la interpretación fluida de Cayo logra hacer fácil lo que podría no serlo, con sobriedad, contención y naturalidad. Sin duda en ello destaca la dirección de Ernesto Caballero, que retoma la elegancia que ya demostró en El laberinto mágico con un uso muy evocador de los recursos escénicos. La impactante escenografía de Paco Azorín se convierte en personaje más, que trae a la literalidad plástica los conceptos más oníricos y metafóricos del texto, entre ellos una inesperada deformación de la realidad. La luz y el sonido también acompañan la narración, a veces de forma bella y poética aunque otras de forma demasiado ilustrativa.

El duelo, tan propio y a la vez punto de unión de todos los seres humanos, queda reflejado aquí con ligereza y pesadumbre, razonamiento y sensibilidad. Una muestra más de la enorme  contradicción que representa al individuo corriente que somos todos.