Hivern de 1996, Moscou. La caiguda del sistema ha abocat milers de persones al carrer.
Ivan Mishukov té 4 anys i per a ell, la paraula casa es tenyeix per l’olor a vodka i les galtes vermelles de la seva mare contra la pared. Quan casa deixar de ser un lloc segur, s’escapa als carrers buscant un lloc on formar-hi part, llençant-se a la immensitat de Rússia enmig del
fred de l’hivern.
Un conte cruel i fosc sobre com la decadència podreix la innocència. Les vivències d’un nen salvatge urbà al Moscou de l’era Yeltsin construeixen un retrat de la condició humana capaç de desprendre’s de tot allò que és “prescindible”.
Ivan i els gossos és una amarga carta de comiat cap la nostra humanitat, que ens convida a escoltar totes les coses salvatges que ens envolten enmig de la ciutat.
Hattie Naylor estrenó Ivan and the Dogs, el monólogo radiofónico que ha eclipsado el resto de su obra, en el otoño de 2009. No era una propuesta cualquiera en un momento cualquiera. Llevábamos un año salvaje de Gran Recesión, se oían promesas grandilocuentes de refundar el capitalismo y algunas cabeceras internacionales, como Time o la BBC, hablaban por los codos de Karl Marx, cuando no le daban directamente la razón. En medio de la debacle, Naylor se descolgaba con un cuento naíf que saltaba quince años atrás y a la otra punta del planeta. La historia real de Iván Mishukov, el niño ruso que, de los cuatro a los seis años, de 1996 a 1998, había sobrevivido en las calles de Moscú con una manada de perros, como un Mowgli en la selva post-soviética, liberalizada y corrupta del borracho Boris Yeltsin. Iván contaba, sin decirlo, el fracaso del comunismo y del capitalismo en un Lejano Este que, hasta hacía poco, había rivalizado con el Lejano Oeste que ahora también se hundía. Del otro lado del globo tampoco estaban mejor, parecía decirnos Naylor. Pero surgía Iván como un rayo de esperanza: el buen salvaje, sin memoria de la URSS ni palabras para el capital, que sólo gruñía y aullaba e intuía su supervivencia, más acá de la drogadicción y de la explotación sexual, en los olvidados de otras especies, con quienes compartía comida y calor por puro instinto. Un canto animal y comunal a la posibilidad de empezar de cero después del fracaso de las ideologías, como se decía entonces. Con toda la ingenuidad y la beatitud que se quiera. Pero respaldado por la contundencia de una historia real, como quien dice de un experimento natural.
Xavier Boada ha montado la versión catalana de Naylor en la pequeña Sala Fénix. Una apuesta valiente porque Ivan i els gossos tiene un desarmado lenguaje infantil que hay que levantar con mucho pulso. Y porque su historia no resuena en 2023 como resonaba en el sistémico 2009, con sus escenas de gángsters en restaurantes de lujo frente a delgadas mujeres rubias, con sus hordas de niños esnifando pegamento en las cloacas, con asesinatos de top models a plena luz del día y con un rampante alcoholismo nacional que estragaba desde al padre de familia hasta al mendigo, pasando por el presidente del gobierno. La dramaturgia de Naylor impresiona por su fondo veraz, pero tiene sus altibajos literarios. Es una buena historia engrandecida quizá por los vientos de cola que le trajo la fecha de su estreno. Un drama documental que debe llenar de ficción sus lagunas y que aprovecha para colar sus buenas ráfagas de buenismo, colmadas por la nana rusa del lobo, Bayu Bayushki, que eleva a la antonomasia de los sueños a la inmaculada perra Belka, como una nueva Eva interespecies, en un melodramático giro dickensiano que pone justicia poética, social y banda sonora al rescate en el último minuto del Estado o lo que queda de él.
La escenografía de Zoe Serrano tira al realismo poético. El minúsculo espacio de la Sala Fénix se llena de cartones, las sábanas callejeras que arroparon a Iván en sus gélidas noches al raso. La literalidad escénica como denuncia social. Pero también hay metáfora, que es guiño audiovisual, en los montones de zapatos adultos e infantiles que puntúan el corto espacio diáfano entre el proscenio y el foro, memoria de los caídos en el colapso de dos sistemas, y uno de los hallazgos visuales de Andrew Kotting en Lek and the Dogs (2017), la libérrima adaptación al cine de la obra de Naylor. En ese pequeño rectángulo poético y veraz aparece Pau Rosell como Iván, entonando a capela el monodrama, despojado de casi todo su espacio sonoro original de radio, en un más difícil todavía que atraviesa registros y voces, una compleja partitura agógica y dinámica donde asoma un actor de talento, intenso pero no histriónico, gracias también a la sensible dirección de un actor-director con el oído de Boada. Rosell vale por sí solo la función y puede dormir tranquilo, no sólo bajo la mirada de la perra Belka, sino también de los Ivanes que le preceden.
Con ésta son tres, que uno recuerde, las versiones de Naylor programadas en nuestros teatros. La de Pau Carrió en 2012 en el Lliure de Gràcia, con un aplaudidísimo Pol López en el rol-título y una meritoria traducción catalana del propio Carrió que se sigue utilizando hoy. La de Víctor Sánchez en 2017 en el Teatro Español de Madrid, con un Nacho Sánchez que por entonces despuntaba y que se ha consagrado en los últimos años. Y de nuevo en Barcelona, ésta de Boada y Rosell, que estuvo en 2022 en la Sala Melmac y en la propia Sala Fénix y que se repone ahora hasta el 11 de junio. Puede que la actualidad de Iván, sin embargo, pase más por la actualidad de su personaje real y de su autora que por la literalidad del momento histórico que retrata. Sabemos que Iván Mishukov, llegada la adultez, se integró en el ejército ruso. El niño salvaje de la era Yeltsin podría ser hoy soldado en la guerra de Putin. Treinta años de aporreada historia personal que son historia de la Rusia post-soviética. Pero también sabemos que Naylor, en el pandémico 2020, estrenó The Marxist in Heaven, la comedia de un ferviente comunista que despertaba de la muerte en un cielo inverosímil y que se rebelaba contra una gloria divina muy parecida a las promesas del capitalismo. Diez años después, con su nueva obra para la nueva crisis, Naylor volvía para decirnos más claramente lo que piensa del mundo anterior a Iván. Es decir, para hablar de una Historia que, por lo que parece, continúa. Y de unas ideologías que prosiguen su duelo en el paraíso. En 2023, Ivan i els gossos queda como el recordatorio de aquel aturullado momento en que alguien dijo que se podía empezar de cero.