Àlex Ollé fa una relectura audaç de l'òpera de Puccini
En un context dominat pels efectes de la industrialització, la preeminència dels valors burgesos i un clima intel·lectual monopolitzat pel positivisme laic, materialista i científic, l’art es va tornar realista. Així, aquesta Bohème de Puccini és “uno squarcio di vita” en el qual es parla de la fragilitat de la felicitat en un món de misèria, però de manera sentimentalitzada i atenuant la cruesa de la realitat social.
A Escenes de la vida bohèmia, els personatges imaginats per Mürger recorden amb nostàlgia la seva joventut com a artistes plens de penúries (el Cafè Momus, les festes i la pobre Mimì, atrapada per la mort en la flor de la joventut).
Àlex Ollé fa una relectura audaç de l’obra i la situa en un barri popular, l’escenari de l’obsessió per tornar al passat; un moment efímer on Mimì i Rodolfo van ser feliços. La música de Puccini ressona de manera sublim, tot retrobant l’essència mateixa de l’obra: els records com a fràgils vincles que ens mantenen suspesos a la vida.
Una ópera tan representada como La bohème (1896) es siempre un reto para un director de escena, primero porque ya tiene una larga tradición de formas de representación y segundo, los amantes de la ópera tienen una serie de ideas preestablecidas de lo que debe y no debe ser esta obra. Por ello es muy notable que Alex Ollé haya logrado una lectura novedosa y muy comprensible que los espectadores más tradicionales no la acepten.
Una estética nueva e interesante. Que nos recuerda por qué en el estreno original de la obra los espectadores se sorprendieron tanto: quizá fuera la primera vez que veían a los intérpretes peor vestidos que ellos y llevando ropa que verdaderos "pobres".
No, no estamos en Montmatre, ni en Montparnasse, estamos en cualquier barrio circundante de cualquier ciudad europea, donde la gente vive acinada y si, ahí viven los jóvenes estudiantes que no tienen dinero para los barrios, ahora hippsters, de las hermosas ciudades europeas. Lo que nos dieron fue una ciudad de hierro, fría, impersonal y con una belleza propia.
Muy bien lograda la caracterización de los personajes, dándoles un carácter juvenil que no siempre podemos disfrutar. Un elenco homogéneo, correcto vocalmente y muy creíble en su trabajo actoral (basándose en una dirección de actores muy acertada), otra cualidad que nos siempre se encuentra en las representaciones de esta ópera.
Espectacular segundo acto, lleno de vida, divertido y con una Musetta de excepción, Valentina Nafornita, que ya habíamos escuchado hace unos años en la producción de Don Pasquale de 2015, pero que sinceramente no nos dio pistas de lo que mostró en este montaje: una calidad histriónica extraordinaria.
El lugar menos afortunado es el del director de orquesta que hizo bastantes pesados los tiempos, se tomó algunas licencias incomprensibles y no siempre controló el equilibrio sonoro entre los cantantes y al agrupación instrumental, haciendo difícil escuchar a los solistas, sobre todo al tenor brasileño Atalla Ayan, quien posee una hermosa voz lírica pero que corre poco por la platea.
Una pregunta viene ya a colación, sobre todo ahora que volveremos a la normalidad de los teatros, ¿Habrá alguna vez la posibilidad de que tengamos una función sin incidentes de móvil? Es increíble que no se pueda tener el respeto mínimo de apagar o silenciar estos aparatos y que nos echen a perder frases de los cantantes por descuidos increíbles.
La ópera es un arte en constante evolución. No está para seguir los preceptos, ni las ideas preconcebidas, está para sorprender y para mostrar la manera en que nos relacionamos y existimos los seres humanos. Devolvernos la brillantez, frescura y juventud de esta ópera es un reto muy difícil y creo que, sin lugar a dudas, este montaje lo ha logrado. el espectador que puede deshacerse de sus ideas preconcebidas, sale con la sensación de haber visto algo nuevo y eso, es de agradecer.