La estadía del autor, Sergio Blanco, en un hotel de la ciudad de Liubliana, es la base del relato de este monólogo. El motivo del viaje es dar una conferencia sobre el mito de Narciso. La habitación 228 se transforma en el escenario de los encuentros entre el autor y un joven actor esloveno que acaba de conocer. La belleza, los mitos y la venganza, temas centrales de la conferencia que impartirá, tejen un fondo sobre el que el protagonista nos cuenta su historia.
La perfección del hotel, del viaje y la compañía se ve enturbiada ante el descubrimiento de una mancha de sangre en el empapelado de la habitación. Esa mancha marca un antes y un después en los sentimientos, en los pensamientos y en el propio relato de los hechos. Un crimen violento ha tenido lugar en ese mismo sitio y de repente se comienzan a desvelar los macabros detalles que conciernen a ese asesinato.
El thriller nos guía a través de un laberinto de narración y confesión, donde la soledad, la sexualidad, la muerte y la belleza tienen un lugar de especial importancia. El autor nos guía en una mezcla de realidad e irrealidad que conforman la autoficción: capacidad de producir un relato a partir de una vivencia personal. La búsqueda de uno mismo en la poética y también en la imaginación se hace tangible a través de la intriga policial negra.
Tras la muy elogiada Tebas Land, Corina Fiorillo vuelve a dirigir un texto del dramaturgo uruguayo Sergio Blanco y con un brillante Gerardo Otero en la actuación, (La omisión de la familia Coleman, Tebas Land, entre otras).
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En esta ocasión nos trasladamos a la 228 habitación de un hotel de Liubliana donde nuestro dramaturgo asiste durante una semana a un ciclo de conferencias, pero entre charla y charla busca compañía en Gindr. Este es el planteamiento de partida de este monólogo lleno de flashbacks y flashfowards que conducen al espectador por la delgada línea divisoria entre la ficción y la realidad. Un thriller que nos guía a través de un laberinto de soledad, sexualidad, muerte y belleza.
Si bien es cierto que la historia, que no desvelaré, te atrapa desde el comienzo, despierta en ti una necesidad de realmente saber si tus pensamientos y conjeturas serán las mismas que las de la dramaturgia, en algunos momentos falla el ritmo. Es un montaje donde el actor (al menos en la versión que hemos podido ver en Barcelona) hace de intérprete y de técnico a la vez y con un alto componente tecnológico, cosa que hace que el espectador rompa en segundos su estado de sumersión en la obra.
Pese a ello, el juego que autor y actor han conseguido establecer con el público es suficientemente atractivo que la atención no decaiga y se mantenga durante la hora de duración. La parte audiovisual, aunque tenga un perfil de teatro alternativo, de una sala tan diminuta como La Badabadoc, está bien cuidada y ayuda al desarrollo del montaje.
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