La Judit ha fet de la seva ira un sistema de vida. Sempre està tancada a casa i les seves víctimes acaben sent les persones que conviuen amb ella: el seu amic Sebi i la seva companya Lara. Ells li segueixen el joc com poden, però ara està arribant a uns límits insuportables. La Lara, per la seva part, està començant a fer passos per apropar-se de nou a la seva família de la qual es va deslligar un cop va conèixer la Judit. Avui és el dia que ha de trobar-se amb el seu germà Abel, exemple del sector de la societat al qual la Judit ha declarat la seva guerra personal.
La meva violència se centra en unes persones violentades pel seu entorn i que no saben com gestionar la ràbia i la ira que senten dins seu, ja sigui per bloqueig mental, per por o perquè no saben cap a on ni cap a què dirigir-les. I mentrestant, el temps avança i la joventut s’evapora.
La meva violència és un text inspirat lliurement en l’obra de John Osborne Look back in anger, que a casa nostra es va conèixer amb el títol Amb la ràbia al cos. Es tracta d’un encàrrec que Produït per H.I.I.I.T ha fet al director i dramaturg Llàtzer Garcia. De l’obra original ens quedem el seu esperit, irat i inconformista, amb uns personatges que es neguen a ser hipòcrites, a viure com zombis, personatges que prefereixen patir perquè en el patiment es reconeixen com a humans. Produït per H.I.I.I.T, companyia integrada per Laura Daza i Roger Torns, ha decidit comptar aquest cop amb una visió externa per tal de poder submergir-se en un treball actoral hiperrealista, cru i acurat. Per això compten amb en Llàtzer Garcia, autor i director amic amb qui tenen afinitat i coincidències en la manera d’entendre el fet teatral i el treball en escena, i que en els seus muntatges busca aprofundir en l’ànima, els desitjos i les raons dels personatges.
Obras como Look back in anger de John Osborne son hitos del teatro por lo que suponen de ruptura con el lenguaje dramático de sus predecesores. Con esta opera prima el teatro británico pasó en 1956 del mullido tresillo de un salón burgués -los ricos también lloran- a la dura silla de una cocina proletaria. Teatro del desencanto de una inteligencia militante que se encontró tras la gran guerra que la revolución se hacía esperar. Con las siglas del partido bien presentes, como también plañía Arnold Wesker en Chicken Soup with Barley. La izquierda inglesa se dividió entre el sindicalismo y las tertulias exquisitas herederas del grupo de Bloomsbury. En tierra de nadie quedaron los revolucionarios “irredentos” con conciencia de clase, como el propio autor y Jimmy Porter, su alter ego en este drama entre la crisis de pareja y el exabrupto político.
Llàtzer Garcia tenía seguramente este contexto social presente cuando para La meva violencia optó por rescatar de la obra de Osborne sólo el esqueleto de las relaciones personales y la gasolina emocional del protagonista: la rabia. Quizá también tenía presente la inflexión creativa que supuso para los artistas el conflicto europeo y que tras estrenar Els somnàmbuls, adaptación de Design for living de Noël Coward (1932) su siguiente paso lógico era detenerse en un kitchen-sink drama. Pero sobre todo detecta los problemas que un texto como Look back in anger genera en el siglo XXI. La historia se ha comportado como un buldócer con las militancias acríticas y paternalistas. En algún momento alguien declaró que la Historia había muerto y la lucha de clase una quimera del pasado. Y en esta realidad han crecido nuevas generaciones que manifiestan el mismo descontento que sus tatarabuelos cuando llamaron a la revolución -aquella que aún pedía el sacrificio físico de los cuerpos-, aunque ahora sean huérfanos (sin nostalgia) de siglas, líderes y manifiestos.
Este es el aspecto más interesante de la reescritura que ha hecho de la obra de Osborne. Se ha quedado únicamente con la incomodidad que provoca un personaje que en su radical coherencia se convierte en una presencia irritante. Una cizaña de sinceridad. Siempre preparada para señalar con su dedo acusador a todos los pusilánimes. Siempre llamando a un motín social que no sabe ponerle nombre. Un carácter que ha pasado del enfado del revolucionario sin audiencia a una joven que expresa su descontento vital sin filtros y sin elaboraciones ideológicas. Una actitud punk que transforma por completo toda la obra. Garcia descarta el drama centrado en la incompatibilidad de la convivencia entre diferentes clases sociales (niña rica se enamora de obrero maltratador pero con ideales) para quedarse con las diferentes energías que desprenden tres jóvenes y sus intentos de adaptarse con mayor o menor éxito a un futuro sin perspectivas.
Este retrato nihilista sin disimulo -y sin el discutible final de Osborne- se traduce en el escenario en una dirección de actores que va directo a lo esencial. Tres graderías (una ocupada por el público), sillas alineadas y la tecnología básica para hacer sonar la música y una guitarra eléctrica. Espacio central vacío. Vestuario sin identidad, como si los cuatro intérpretes acabaran de entrar directamente de la calle sin pasar por el camerino. Nada para refugiarse en una ficción alternativa a la realidad que circula a pocos metros en el exterior. Nada, excepto una profunda interiorización de Laura Daza, Marta Ossó, Roger Torns y Sergi Torrecilla de las emociones y estados de ánimo que como neutrones inestables mantienen la tensión entre los personajes. Casi no necesitamos saber qué los ha llevado a compartir ese lugar que les sirve de refugio a pesar de tener personalidades dispares, incluso incompatibles. Casi no necesitamos saber nada de su pasado ni qué son fuera de este espacio de seguridad. Garcia orilla todo aquello que podría interferir en el cruce de manifestaciones de un malestar tan presente como difuso. Si algo comparten los tres componentes del núcleo de amigos-amantes es la consciencia de que algo no funciona en esta sociedad y que les ha tocado -incluso por generación- la ficha perdedora. Y es evidentemente el personaje de Daza el que lo expresa de la manera más radical. Con una interpretación que nunca pasa por emociones amortiguadas. Un carácter muy exigente, al límite de lo soportable y que la actriz asume con plenos poderes. Un animal herido que al parecer sólo encuentra bálsamo en la música de Elgar y en el cello de Jacqueline du Pré.