Mariano Pensotti presenta un joc de teatre documental, una matrioixca russa. Hi ha la història d’un director de teatre que viatja a l’Argentina interessat per la biografia de Simon Frank. I també la història de Frank, el jueu que fuig del nazisme i recrea al seu poble argentí la seva llar a Polònia. Un escenari per representar la seva història.
Nos coge de la mano y nos sube a un hipnótico carrusel de imposturas, un juego doblemente metateatral que habla de la restauración y de la culpa con el Holocausto como telón de fondo. Es el argentino Mariano Pensotti, director y dramaturgo que inició su carrera en el cine y el audiovisual para luego, tras formarse con Daniel Veronese, triunfar en la escena ('El público', 'Los años'...). Dice que en el teatro, a diferencia del séptimo arte, ha encontrado más libertad formal, narrativa y estructural, y esa libertad le ha llevado a transitar senderos poco conocidos y fascinantes. En su última aventura, ‘La obra’, repite trazos habituales de su trabajo. Le interesa cómo el pasado es recordado en el presente –“lo único que queda es el recuerdo y este general ficción”, afirma- y busca la fuerza literaria del teatro; ofrecer al público la experiencia de estar viendo una novela en directo. Por ello prefiere orillar los diálogos y escribir en formato de relato –los actores van construyendo la narración en presente, con historias que hablan del pasado-.
El dispositivo escénico es un elemento clave y activo en el trabajo artístico de Pensotti, y a partir de él construye los elementos dramatúrgicos. Suele alejarse de la percepción centralizada y única para favorecer la multiplicidad de miradas. En ‘La obra’, una estructura, como un gran biombo, semicircular y giratorio, implica totalmente al espectador, que con el giro del dispositivo va descubriendo, cual ‘voyeur’, nuevos datos. Es un juego, entre realidad y ficción, con doble estructura metateatral: se habla de una obra de teatro a partir de otra obra.
Empieza con un director escénico libanés, Walid Mansour (el actor sirio Rami Fadel Khalaf), que viaja a Argentina interesado en hacer una pieza sobre un tal Simon Frank (y su aventura teatral), emigrante judío-polaco superviviente de los campos de concentración. Cuenta Pensotti que el germen de este montaje fue pensar en los numerosos nazis que huyeron a Argentina y se instalaron allí con falsas identidades. Tuvieron que crearse un nuevo personaje para seguir tranquilamente con sus vidas (como le sucede al ‘bueno’ de Viggo Mortensen en la excelente película ‘Una historia de violencia’). Llevaron, pues, una existencia muy teatral.
La historia de Simon Frank se cuenta a través de los recuerdos (algunos heredados) de los vecinos del pequeño pueblo de Coronel Sivori en el que encontró refugio. Explican cómo Simon, muy afectado por su pasado, decidió llevar su vida a escena en un monólogo, repetido anualmente por su cumpleaños, que fue creciendo hasta hacer participar a los vecinos. También fue creciendo la escenografía en la que recreaba la casa y las calles de la Varsovia de su infancia, hasta concebir la obra más grande nunca representada. Poco a poco se intuye lo que, posiblemente, pretendía con ese obsesivo proyecto artístico: liberar sus demonios y aligerar la carga de su pasado, algo que enlaza con el personaje de Mansour, quien a su vez ha sufrido de cerca la más violenta consecuencia de un engaño.
Vídeos y fotos potencian el montaje, mientras se alternan las explicaciones de Mansour con las del resto de personajes, a cargo de los espléndidos actores del Grupo Marea (Alejandra Flechner, Diego Velázquez, Susana Pampin, Horacio Acosta y Pablo Seijo), que van relatando sus recuerdos de Simon y cómo su experiencia teatral influyó y cambió sus vidas -el telón como instrumento transformador- . Giro a giro, el espectador va completando el puzle subido a un carrusel de emociones que le atrapa y hechiza. Excelente montaje de un magnífico inventor de grandes ficciones que podrían ser reales.