La idea inicial de Xostakóvitx era la d’escriure una trilogia d’òperes sobre els destins tràgics de dones russes al llarg dels segles; només en va poder escriure una: Lady Macbeth de Mtsensk.
Obra mestra del segle XX, és un drama ombrívol i existencial basat en una història de Nikolai Leskov del 1865, època en què la literatura russa estava obrint-se camí al món amb autors com ara Tolstoi o Dostoievski. La partitura va ser un èxit de crítica i es va fer popular immediatament a la Unió Soviètica, però va caure en desgràcia dramàticament després que Stalin assistís a una de les funcions a Moscou l’any 1936.
Un article anònim al “Pravda” denunciant l’obra va fer témer Xostakóvitx per la seva vida. No va tornar als escenaris fins a l’any 1970. Des d’aleshores, ha recuperat el seu lloc legítim.
No se merece esta Lady Macbeth de Mtsensk, obra maestra del compositor ruso Dmitri Shostakóvitx (1906-1975), el título que nos remite al más cruel y pérfido personaje femenino del universo shakesperiano. La Katerina con la que ha triunfado la soprano Sara Jakublak en el Liceu actúa y se mancha las manos de sangre no por despiadada ambición, sino asfixiada por un matrimonio impuesto que le ha coartado la libertad, reduciéndola a mero objeto al servicio de la procreación, de un esposo ausente (el rico comerciante Zinovi Ismailov) y del despótico y lascivo suegro (Boris). La suya es una rebelión contra la tiranía del patriarcado, un asunto de ayer y hoy. Y para escapar de esa prisión no encuentra más salida que eliminar a sus carceleros. Así lo quisieron Shostakóvitx y su socio en el libreto, Alexander Preiss, que compadecieron al personaje, víctima de la opresión, frente al original de Nikolai Leskov de 1865, basado en hechos reales, que la culpabilizaba remarcando su crueldad.
Esa opresión marca la puesta en escena de Àlex Ollé, quien, con escenografía de Alfons Flores, utiliza el agua como elemento metafórico, siguiendo las palabras de la propia protagonista. “En la profundidad del bosque hay un lago, redondo y profundo. El agua del lago es completamente negra. Negra como mi conciencia. Y cuando el viento silba en el bosque, el lago hace olas, grandes olas de miedo”. Lástima que los 10.000 libros de agua vertidos sobre todo el escenario, cual lago, ciénaga u oscuro yo, no sean visibles desde la platea (sí desde el anfiteatro). Solo se percibe el chapoteo de los intérpretes y figurantes cuando se mueven enérgicamente salpicando un elemento que siempre aporta mucha plasticidad visual. Unos enormes paneles oscuros retráctiles -donde se reflejan las ondas del movimiento del agua, olas de miedo- encajonan las escenas de Katerina (gran parte transcurren en el dormitorio, presidido por una cama matrimonial), apuntalando la asfixiante sensación que vive, anegada en su soledad, tedio y sentimiento de inutilidad. El desplazamiento de los paneles abre el espacio para trasladarnos a la fábrica de los Ismailov, la celebración de la boda y una prisión llena de camas. Un decorado sombrío, minimalista e imponente a la vez, que sirve de buen recipiente para la tragedia.
Dejando al margen ese dispendio de agua que no se percibe en la platea, el resto de elementos brillaron a gran altura: elenco, orquesta, coro, iluminación… Bajo la detallista y potente dirección de Àlex Ollé, la pareja protagonista firma una deslumbrante interpretación dramática, con mucha química en sus encuentros íntimos. Una poderosa y expresiva Sara Jakublak exhibe su gran proyección y riqueza vocal, y pasa de recrear con delicadeza las ansias de su libido reprimida a explosionar apasionada en brazos de un Pavel Cernoch que está espléndido en el papel del amante, Serguei. Excelso en voz, borda a un irresistible Don Juan de músculos tatuados que tras seducirla –y provocar su dependencia erótica- acabará traicionándola, sumándose así a la lista de hombres que la han sometido y maltratado. Convencen también el Boris de Alexei Botnarciuc, el Zinovi de Ilya Selivanov y, en el apartado local, la Sonietka de Mireia Pintó y la Aksinia de Núria Vilà, protagonista de la escena más brutal, su violación por un grupo de obreros, a la que Ollé imprime su sello furero. El artista se permite una licencia cambiando el final, cuando hace que Katerina se degüelle, en vez de ahogarse en un río (y ahogar a su rival Sonietka, el nuevo capricho de Serguei), cosa que tenía fácil con tanta agua.
La magnífica partitura encuentra a un gran aliado en la batuta de Josep Pons, que hizo que la orquesta brillara a excelente nivel, con toda su arrolladora carga emotiva y angustiante. Se asocia esta ópera con el ‘thriller’ cinematográfico, tanto en lo musical como en lo narrativo; el compositor estaba muy familiarizado con el celuloide como creador de bandas sonoras para el cine soviético. Hay muchos pasajes hitchconianos: oscuros, siniestros, violentos, inquietantes… que disparan la tensión de personajes y público, y hay otros marcados por el lirismo, el dolor, el sarcasmo o el desenfreno sexual –con trombones para simular el éxtasis carnal-. El fantástico trabajo del coro se sumó al éxito musical.
Considerada una obra maestra del siglo XX, la ópera y su compositor sufrieron, como su protagonista, el azote del totalitarismo. Fue estrenada con gran éxito en 1934 en la entonces Leningrado y retirada dos años más tarde, tras verla Stalin y ser tildada de “caos en lugar de música” en un devastador editorial del ‘Pravda’. En 1963 Shostakóvitx que, víctima del régimen, no volvió a escribir más óperas, estrenó una versión dulcificada que tituló ‘Katerina Ismailov’ y llegó al Liceu en 1965. Ahora el coliseo de la Rambla ha tenido el gran acierto de inaugurar la temporada con la primera versión (solo vista en el 2002), una apabullante crítica al patriarcado opresor.