Encara que molts consideren ‘L’inganno felice’ dins del gènere de la farsa (òpera bufa en format breu), la veritat és que en l’òpera de Gioachino Rossini la comèdia i el drama es barregen amb un talent tan propi i únic com el del compositor italià.
Estrenada el 8 de gener de 1812 en el Teatre Sant Moisé de Venècia, ‘L’inganno felice’ va ser la tercera òpera de Rossini i el seu primer èxit a gran escala. Aquesta peculiar farsa en un acte arranca amb un malentès entre el Duc i la seua esposa Isabella, qui acaba rebutjada després d’una falsa acusació d’infidelitat que arriba d’un dels amics més propers del Duc, Ormondo. A Isabella l’acull llavors un miner, Tarabotto, que la farà passar per la seua neboda durant anys fins que, un dia, el Duc, que creia morta a la seua esposa, es presenti allà juntament amb Ormondo sense saber que en realitat la jove no és una altra que l’amor que un dia va deixar marxar.
Gioachino Rossini (1792-1868) era un joven compositor de veinte años cuando escribe esta pequeña joya titulada L’inganno felice, que sorprende por la simple razón de que ya contiene todos los elementos de su producción posterior: vitalidad rítmica, acción divertida y centrada en el enredo que mucho recuerda a la Commedia dell’arte, melodías vibrantes y personajes encantadores de difícil ejecución.
A pesar de tener sólo dos años escribiendo ópera estaba a punto de volverse internacionalmente famoso cuando, porque un año después, cuando estrenó Tancredi, Italia y el mundo entero se rendirá a su talento. Lo que le permitió retirarse a los 37 años para dedicarse a disfrutar de su vida.
Esta es una obra fresca, divertida, con un tema que en nuestros días es políticamente incorrecto (la condena a muerte a una mujer por infidelidad), sin embargo musicalmente no permite que el público se deshaga del embrujo de la fiesta sonora típica de Rossini. Se nota claramente su naturaleza de Intermezzi (obras de pequeño formato que se representaban en los intermedios de las grandes óperas), por lo compacto de la acción, pero también por su carácter ligero aunque, en este caso, contenga pocos pasajes realmente buffos.
La Asociación de Amigos de la ópera de Sarriá lleva a cabo una temporada anual de tres títulos que este año cierra con este montaje, que claramente significan enormes esfuerzos de organización y consecución de recursos, pero que también son una oportunidad dorada para los jóvenes cantantes, directores, escenógrafos, diseñadores y músicos, que se entrenan en un teatro pequeño pero encantador, para hacer una de las artes escénicas más difíciles: la ópera. Además de provocar el interés por este género en el auditorio que quizá no acuda al Liceo o en los jóvenes que se acercarán por primera vez a la escena lírica más fácilmente en este teatro. Es tan conmovedor como importante valorar el ambiente juvenil de todo este esfuerzo.
Anna Ponces firma una puesta en escena creativa y moderna, que sabe utilizar los recursos con los que cuenta al máximo, que expone las mejores virtudes de sus cantantes y que propone una estética poco común para una obra de estas características. Otro de los aspectos más interesantes de este proyecto es que la escenografía estuvo diseñada y realizada por alumnos de la Escola Elisava
Acompañado a la acción escénica estaba la Orquesta Barcelona Concertante, que a pesar de su pequeña instrumentación, nos permitió escuchar la deliciosa orquestación de Rossini. Aunque algunos aspectos se pueden mejorar (sobre todo en los alientos metales), se debe destacar el bien conseguido equilibrio entre el escenario y el foso, además de la interpretación de una partitura nada fácil, todo esto bajo la batuta de Assunto Nese y la seguridad a toda prueba de Viviana Salisi en el clave de los recitativos.
Jorge Abarza y Guillem Betllori cumplieron bien con sus papeles de los malvados de la historia. Hay que destacar el trabajo tanto vocal como escénico de Roberto Maietta, que estuvo –a epsar de la modernidnad del ambiente- dentro del espíritu rossiniano toda la obra, pero sobre todo hay que hablar de las importantes voces de Serena Saenz y César Cortés (a quien ya habíamos destacado en su trabajo de Beppe en I Pagliacci de Sabadell). Ambos con belleza en sus timbres respectivos y una juventud que nos deja pensar en un futuro muy prometedor. Hermosa voz de tenor la de César Cortés, con un fraseo cuidado y un trabajo actoral de muy eficiente. Quizá demasiado metálica la emisión de Serena Saenz, pero su ejecución fue limpia, muy bien logradas las coloraturas y con una línea de canto que cautivó al público al interpretar el aria final, brillantemente.
Este tipo de montajes son una bocanada de aire fresco y encantador, que nos recuerdan lo joven que puede ser esta forma escénica que ha cumplido más de 400 años entre nosotros, de la que Rossini es uno de sus representantes más iluminados y que nunca deja de sorprendernos.