De la directora siciliana Emma Dante, arriba al Lliure un dels èxits de l’últim festival d’Avinyó. Una coproducció del Piccolo Teatro de Milà i la Compagnia Sud Costa Occidentale sobre la maternitat, el naixement de la pròpia identitat i la violència de gènere. Una faula contemporània amb dolçor i brutalitat, humor i solemnitat, i un homenatge a les dones i a les mares.
Tres prostitutes i un noi discapacitat viuen en una bruta i miserable habitació. Durant el dia, les dones fabriquen xals, i quan es pon el sol, ofereixen els seus cossos a la porta de casa. El noi, Arturo, és hiperactiu. Cada nit, a la mateixa hora, va a la finestra a mirar com passa la banda i somia amb tocar el bombo. La seva mare, la Lucia, sempre tenia la ràdio engegada. Era una casa plena de música i la Lucia s’embadalia amb els homes, sobretot per un fuster que hi treia el cap cada dijous. Era l’amo d’una serradora. Guanyava molts diners però duia la gorra de llana i el guants foradats. Li deien Geppetto. I a la Lucia, li alçava la mà. L’Arturo va néixer i la mare va morir de sobrepart. Ara, tot i viure en l’infern d’una decadència terrible, l’Anna, la Nuzza i la Bettina el crien com si fos fill seu. L’Arturo, el tros de fusta, cuidat per tres mares, es converteix així en un nen.
La fuerza expresiva del movimiento corporal es la gran baza del magnífico trabajo de la siciliana Emma Dante, que ha conquistado el Teatre Lliure con ‘Misericòrdia’ después de triunfar en Aviñón. Pocas palabras necesita la creadora de moda en su país para robarle el corazón al público con su teatro, habitado por los más desfavorecidos de la sociedad y con la familia como eje principal. Antes de que se abran las luces ya se escucha el frenesí de las agujas de tejer de las tres mujeres de la función. Tricotan de día y de noche venden sus cuerpos. Sentado junto a ellas, un joven vestido con bata femenina se inclina compulsivamente en una ráfaga de movimientos que denotan su discapacidad mental y disparan una incómoda, dolorosa, tensión. Brillante hallazgo que Dante haya elegido a un estupendo bailarín –Simone Zambelli- para ponerse en la piel de ese joven desvalido e hiperactivo que no pronuncia palabra hasta el final, cuando resume la obra con un único vocablo. Él, Arturo, habla con su cuerpo; busca su espacio de libertad, independencia e identidad revolucionando el escenario con sus movimientos. La danza es la vía de escape a una existencia de dependencia total. Zambelli se luce con un trabajo físico formidable, aunando potencia y ternura; vistosidad y delicadeza. Puro magnetismo.
Tras una divertida trifulca entre las mujeres, cuchicheando a cuenta de la bata que viste el chico, revelan con cuatro trazos el crudo retrato y las sonrisas se congelan. Arturo es hijo de una prostituta apalizada cuando estaba embarazada por el padre de la criatura. Murió poco después del parto y sus colegas de profesión -magníficas Leonarda Saffi, Italia Carroccio y Manuela do Sicco- acogieron al niño como hijo propio. Ya crecido, sueña con tocar en una banda. De forma muy lúdica, Dante dibuja a base de movimientos, gestos y desorden el caótico panorama y las dificultades a las que se enfrentan esas mujeres para ejercer la maternidad como mejor saben y pueden. Las rencillas y envidias entre ellas se suceden; también sus esfuerzos para intentar manejar una situación que las desborda. Suena todo muy trágico pero las sonrisas vuelven a la platea. Resulta encantadora la escena en la que van siguiendo, almohada en mano, al inquieto Arturo por todo el escenario hasta lograr que se duerma.
Cargada de emociones y humanidad, poco a poco la esquemática trama que tejen va atrapando al espectador. Las tres mujeres preparan cuidadosamente la maleta de Arturo. Se va a donde creen que estará mejor y se lleva un par de recuerdos de su infancia y algún dinero. Y lo principal, el amor de ellas. De quienes han sido y son su familia. El grito final de Arturo lo dice todo: “Mamá”. Conmovedor.