Una peça de Marina Mascarell en la qual la coreògrafa valenciana fa una radiografia de la societat escandinava des de diferents punts de vista. I ho fa a partir de la Llei de Jante, manifest social que advoca per la igualtat i la justícia però darrera del qual se n’amaguen extraordinaris nivells de conformitat i consens, d’una homogeneïtat gairebé asfixiant.
Espectacle finalista de dansa internacional. Premis de la Crítica 2016
Finalista a la categoria de coreografia dels Premis de la Crítica 2016
Notable entrada de público en el Mercat de les Flors de Barcelona, la noche del pasado viernes, ante la actuación por primera vez en nuestra ciudad del grupo sueco, la Göteorsoperans Danskompani, que eligió para su debut la obra Mongrel de la coreógrafa valenciana Marina Mascarell (Oliva. 1980). Al finalizar el espectáculo, la opinión del público se dividió. Hubo espectadores que se pusieron en pie para aplaudir, mientras que otros permanecieron sentados en sus butacas, indiferentes ante lo que acaban de ver, éstos últimos fueron mayoría.
Mongrel, cuya traducción en sueco es perro callejero, tiene entre diversas fuentes de inspiración: el libro El extranjero de Camus, poemas de Goethe, el cine de Bergman, La ley de Jante, pero muy especialmente la película del director sueco, Lars von Trier, de 2003, Dogville, cuya protagonista, Nicole Kidman, se anula como individua y se convierte en una esclava para ser aceptada por la comunidad donde vive. Y algo tan escalofriante late en la la coreografía de Mascarell, su reflexión se centra en el duro castigo que recibe, en algunas sociedades modernas, el individuo que destaca y quiere huir del grupo al que pertenece, en Mongrel el colectivo ejerce de verdugo castrador.
Esta interesante y perturbadora idea se convierta en la obra de Marcarell en una característica de la sociedad sueca. Sin embargo este cuestionable y apasionante pensamiento no se traduce escena en un baile con garra. El vocabulario coreográfico de esta obra no es rico en registros y las frases coreográficas son reiterativas, es evidente que nacen de la danza improvisada de sus doce magníficos intérpretes, pero Mascarell no ha sabido dinamizar su fuerza y canalizar en movimiento la trascendencia de las ideas que quiere trasmitir. A lo largo de Mongrel hay imágenes de una gran belleza, ya que los bailarines se mueven, en la escena desnuda e inmensa del Mercat, como formando un todo. En ocasiones son un grupo, en otras una amenazante ameba y casi siempre un tribual sin piedad, Las intenciones del grupo son dinamizadas por la acertada escenografía de Kristin Torp, formada por acordeones de cartón de diferentes tamaños que se convierten en abanicos, murallas y hogares. Aunque el baile no es rico coreográficamente sí que destila la frialdad e hipocresía que emana de la sociedad, que Mascarell ha querido plasmar.
Mención especial merece la adecuada y sugestiva música creada por el neyorquino Chris Lancanster, que interpreta en directo al chelo, junto a la ora compositora, la madrileña Yamila Ríos, sus pasajes sonoros son fascinantes, transportan al público a parajes inóspitos. Ambos junto a la percusión de Manths Tärneberg, cuando golpea el hielo, transmitan el carácter gélido de una sociedad sin piedad.