Just després de morir, tres estranys, d’èpoques diferents, són conduïts per un majordom a l'infern. Esperant el càstig etern merescut, molt aviat descobriran que ni les tenalles ni les graelles ardents podrien ser mètodes de tortura tan eficaços com la malaltissa relació que començarà a construir-se entre ells. Resignats, adverteixen que els han brindat el necessari per edificar la seva condemna. Després de tot, l’infern són els altres.
Huis clos traducida al castellano como A puerta cerrada, es una de las obras fundamentales del teatro francés del siglo XX. Inscrita en el movimiento existencialista y parte de una vanguardia que nos dejó como herencia la náusea por vivir y la certeza de la incapacidad humana para comprender la vida, esta obra extraordinaria parte de la muerte para hablar de la vida.
Tres personajes, recién fallecidos, guiados por un misterioso mayordomo llegan a una habitación donde crearán su propio infierno, mostrando lo peor de sí mismos. Este es el planteamiento de una obra que se presta para mil y una lecturas distintas, pero que también plantea un gran reto para interpretarla desde la creación escénica.
En este caso la directora Loredana Volpe hace un planteamiento que; en principio es muy interesante, pero que no llega a sus últimas consecuencias en ninguno de los aspectos de la puesta en escena. Comenzando por la traducción del texto mismo y su uso dramatúrgico, que no plantea una propuesta nueva que justifique hacer una versión de ella.
La propuesta espacial de Macarena Palacios es muy acertada, pero el uso de la cámara y el video no se justifican ni se hace un uso en acción del punto de vista distinto de la acción. Algunas cosas como la interrupción de la acción para dejar caer arena roja o las acciones repetidas, no quedan claras como signos legibles para el espectador y provocan problemas de ritmo escénico.
La producción en general se ve cuidada y con buenos acabados; la creación atmosférica es un acierto indiscutible, pero las actuaciones son desiguales, tienen momentos en los que se confunde la intensidad con el gritar y momentos de verdadera creación del personaje. Algunas cosas como la recreación de las imágenes de su vida sin ellos o la seducción de Estelle por Inés, adolecen de verdad escénica y con falta de limpieza en las transiciones emocionales. Sin embargo hay momentos muy bien logrados, sutilezas que ponen de relieve el tortuoso mundo interno de los personajes y se ve claramente la complicidad entre ellos.
Es un montaje mejorable, cuya mayor aportación es la visión joven sobre una obra que ya es un clásico del siglo XX y que seguro que es parte de una trayectoria que irá en ascenso.