Què passa si col·loques un forat negre en un teatre? Potser no us atreviríeu a provar-ho, però Cris Blanco és capaç de fer això i unes quantes coses més mentre us parla de forats de cuc i horitzons d’esdeveniments, però també de lluita de classes, les convencions teatrals… i la beneïda fantasia que tants cops ha permès als éssers humans escapar-se d’una realitat insuportable.
Pequeño Cúmulo de Abismos ret homenatge a la imaginació i la fa servir recreant la història d’un seguit de personatges que es troben en un espai (potser un teatre?) on localitzen un petit abisme. Conté totes les realitats possibles, vistes des de tots els angles possibles i s’estén des dels mons infinitesimals fins al macrocosmos inabastable. Potser si mireu només veureu, com un dels personatges, les rajoles d’una cambra de bany, però si us voleu arriscar a mirar l’abisme vosaltres mateixos… teniu una cita amb Cris Blanco.
SINOPSI
És el mateix un forat negre que un forat de cuc? Es tracta de la mateixa diferència que hi ha entre el pitorro d’un càntir i la boca d’un porró? Què hi ha dins dels forats negres? És la nostra infància aquest lloc feliç al qual voldríem tornar? Arribarem vives a complir els 80? Serà possible tenir als 80 algun tipus de privilegi si no els vam tenir en els anys 80? Com sap una persona que no té privilegis? És l’accés a la cultura un privilegi? Hi ha alguna cosa que no sigui diferent al que ens van fer creure en els 80? Són les preguntes petits actes revolucionaris? Són aquests actes revolucionaris suficients per a generar un Petit cúmul d’abismes?
¿Qué pasaría si Interstellar transcurriera en un piso humilde de Malasaña? La brillante y divertida respuesta la tiene Cris Blanco en Pequeño cúmulo de abismos. En un tiempo estándar, la creadora madrileña hace viajar al público por un atisbo de autoficción, una puesta al día de la comedia cheli costumbrista (la aparición de Rocío Bello es un recordatorio de la gran tradición española de los actores secundarios), la reivindicación de lo performático (la intervención de Oihana Altube), el tributo a la nostalgia de una infancia ochentera (como una voz en femenino de Manolito Gafotas), el esbozo de metateatro y el misterio cuántico. Todo eso en menos de noventa minutos. Y con los pies arrastrando. Con esa abandonada -y también muy intencionada- actitud de que todo lo que sucede en el escenario pasa como sin querer, a pesar de.
Una sucesión de escenas inacabadas, interpretaciones por hacer, entradas desganadas y salidas atropelladas, que parecen regodearse en el encanto de lo imperfecto, del error, del hacer si no hay más remedio. Una comedia “bartleby”. Como la misma presentación de Blanco, con aspecto de recién levantada y la legaña incrustada en la energía escénica. Y en ese ambiente de celebración de la negación del esfuerzo inútil y la procrastinación, se va tejiendo un universo paralelo de extrañas interferencias. El público primero lo percibe como un ligero zumbido en medio de la comedia. Detalles como el vodevil de puertas que desemboca en gag circense a un paso de la dislocación temporal. Pronto el ruido de fondo se impone hasta que la teoría de cuerdas condiciona todos los sucesos dramáticos. Como si La estanquera de Vallecas de Eloy de la Iglesia estuviera atravesada por la mecánica cuántica.
Una fusión dramatúrgica que divierte, sorprende y -sobre todo- emociona. El milagro de ligar elementos que, de entrada, se deberían comportar como el agua y el aceite. Quizá los ingredientes secretos para que el experimento concluya con éxito sean la complicidad natural que se percibe en la compañía, la reflexión profunda sobre cómo convivir con los recuerdos y ser dignos de la memoria familiar -aunque sea desde los años duros de los barrios ahora gentrificados- y hacerlo desde una línea matriarcal y quizá también integrar la lógica de la comedia y sus tradiciones en un espectáculo que nace en el entorno de la creación postdramática. Ahí está mucho de su encanto: la complejidad de lo aparentemente insignificante.