Des que eren petits que, el Pol, l’Àlex i la Carla, deixen passar les hores en una zona abandonada del barri. Sembla que res els pot separar, fins que un d’ells es veu involucrat en una agressió homòfoba. Ara proven de descobrir si és possible reconciliar-se mentre reneguen tant de la violència com de la seva pròpia identitat.
Los personajes de Xavi Buxeda siempre encuentran refugio en espacios que desde fuera parecen hostiles. Así era en Si mai has baixat, su primer texto, y así es ahora en Qui estigui lliure. No-lugares para el encuentro buscado o fortuito, como si persiguiera los paisajes de Koltés para sus dramas generacionales. Un descampado, en los límites de la ciudad reconocible, con aviones sobrevolando las cabezas de tres amigos que acaban de dejar atrás la adolescencia: Pol, Àlex y Carla. Bidones oxidados para levantar parapetos protectores, construirse un hogar o descargar la rabia. Entre residuos industriales ha crecido durante años una amistad. Relación que ha entrado en crisis, como su paraíso invisible, codiciado por la especulación inmobiliaria.
También siempre hay un diálogo con la violencia colectiva y sus derivadas. Racismo en la anterior, homofobia en esta. Pero su obra no tiene como objetivo ser una voz de denuncia. Está y suma, pero no es el tema. Para Buxeda el motor dramático de sus textos es la complejidad de las relaciones personales en seres que sólo han comenzado a aprender a encajar o devolver los golpes de la vida. Ser joven y gestionar la soledad, el perdón, el desconcierto, la ira, la traición, la mentira, la confianza, el error; la ruina económica o psicológica de tu entorno. Decidir quién te acompaña en este combate vital o hacerlo solo. Y el precio que hay que pagar por cada una de las opciones.
Lo más interesante de Buxeda es que encara estos conflictos con la declarada voluntad de reivindicarse como autor. Se percibe el esfuerzo por crear un universo literario teatral sólido que traspase el “realismo” de la calle y la adolescencia, y sus límites expresivos. Para él es mucho más importante -y el espectador se lo agradece- extraer todo el potencial de sus personajes sin temor a hacerlos artificialmente adultos. Mucho más fingido es ese código semántico que pretende reproducir la verdad de cierta jerga adolescente y sobre esa escurridiza base edificar una realidad compleja. Buxeda escribe para que sus personajes crezcan más allá de sus edades físicas y se expliquen con una contundencia que sólo puede existir en la elaborada ficción de la literatura. Elección acertada, tanto por la recepción entre un público por edad afín a los personajes -La Villarroel se llena de espectadores que rondan la veintena y que aplauden con ganas la función- como por la sinceridad generacional que trasmite. No hablan exactamente como ellos, pero piensan, sienten y sufren como ellos.
También se muestra como un director atento a la credibilidad de los caracteres que sube al escenario. Paula Jornet (Carla), Pau Escobar (Àlex) y Nil Cardoner crean un retrato muy bueno de la vulnerabilidad y el vértigo de enfrentarse a conflictos que ya no tienen la dimensión del patio del colegio o un campo de juegos. Cada uno tiene una ventana abierta a un abismo propio: Carla el miedo a heredar el fracaso emocional de su madre; Àlex el estupor de las consecuencias brutales de malinterpretar la necesidad de la aceptación social, y Pol el desconcierto de asumir su condición sexual mientras el alcohol se hace indispensable. Y después está el descanso que representa la amistad y cómo en determinado momento se hace muy difícil gestionarla. Administrar los silencios, las verdades dolorosas, los miedos, y sobre todo el fin de la confianza plantada en la infancia. Carla es la mediadora ahogada en la profecía de qué todo tiene su fin y Jornet la acompaña hasta el estallido final de sus ansiedades. Escobar, que ya había transitado estas geografías emocionales adolescentes en Si mai has baixat y Si tinguéssim més coca et demostraría que t’estimo, defiende muy bien un personaje con la masculinidad descontrolada y brutalizada. Y Cardoner destaca como ese joven que ha aprendido a oler la violencia que genera su homosexualidad, incluso antes que sea visible para el mundo. No es un personaje que funcione con clichés. También guarda violencia. La única manera de deshacerse del peso de las emociones. Una gran actuación que incluso se muestra en detalles como hacer creíble una borrachera.