Tres dones per a un mateix nom, tres generacions, tres històries que són part d’una mateixa narrativa. El fil conductor és l'espera de l'altre i la fugida del jo en una recerca constant de l’esdevenir. Barcelona, Buenos Aires i Tànger es barregen en un únic espai i es tornen refugis on només la llum i les ombres podran dibuixar les ressonàncies d’un present únic. De la culpa al plaer, de la modernitat a la postmodernitat, la repetició que ens ofereix Sarab ens parla dels miratges, d'aquelles certeses que creiem pròpies i que, en realitat, no només s’emmarquen en el nostre context històric, polític i social sinó al centre mateix de la nostra genealogia. Marcs que ens conformen i configuren i que, encara que de vegades es tornin invisibles a causa de la fascinació de l'autorelat, tot impossibilitant els vincles més essencials, no desapareixen; ens travessen fins que la violència del present ens obliga a contemplar-los i a fer-los nostres des del mateix centre, a assumir la història amb totes les seves conseqüències, a assumir-nos més enllà del jo.
¿Qué heredamos de nuestros abuelos y padres? ¿Qué parte de nosotros corresponde a esa herencia? ¿cuánto podemos preguntar y cuánto de las respuestas que obtengamos responderán nuestras verdaderas inquietudes? De estas y de otras preguntas profundamente inquietantes nos habla el texto más reciente de Albert Tola (Girona, 1980).
Esta obra tiene un texto de una poesía constante, de un tono onírico y existencialista, muy bien llevado a la escena por Andrea Segura, quien definitivamente hizo una dirección de actrices de muy alta calidad. Con el excelente trabajo actoral de Isabell Bres, que nos llevó por un proceso increíble de emociones, la entrañable carnicera infiel de Elena Fortuny y una confusa nieta de Laia Alberch, nos cuentan la historia que va de dos países, dos lenguajes y tres vidas marcadas por el abandono. Como si la realidad fuese un mundo formado de recuerdos y conversaciones soñadas, en lugar de experiencias cotidianas.
Uno de los mayores aciertos del texto es la organicidad con la que cambia de una lengua a la otra, sin permitir la supremacía de ninguna y logrando el mismo tono poético en ambas.
Quizá el punto más débil del montaje sea la propuesta visual, acertada en todo lo que concierne al objeto, la caracterización de los personajes y la utilería (un mundo femenino construido casi de juguete), pero menos acertivo en el trabajo espacial, estéticamente hablando.
Un joven autor que muestra una madurez de lenguaje propio, una directora que logra una sofisticada tonalidad escénica y tres actrices que te hacen perderte en historias extraordinariamente cotidianas.
Una obra que debe volver a estar en temporada.