A "Screensaver" s’intenta aprofundir en com la contemplació es relaciona amb la consciència de l’ésser, en com, a través d’allò sensorial, del símbol i de la forma, l’acte visual es converteix en un acte de fe. Deixem així que el cos actuï com un salvapantalles que s’activa per transcendir cap un nou plànol cognitiu, que es projecta cap a l’infinit. El cos-pantalla se superposa al paisatge i ens guia com a amfitrió, entreveient-se en la recerca de l’equilibri i la harmonia.
La reflexión sobre la mirada ha ocupado muchas veces las artes del movimiento. Se trata, básicamente, de un cuestionamiento de lo que surge como consecuencia de la propia acción performática, pero muy especialmente sobre lo que el público somete a juicio después de la captura del trabajo artístico. Lo subjetivo, en tanto consecuencia de lo social, genera una derivada sobre la cual a veces no somos muy conscientes, pero que determina absolutamente la posición de cada cual. Sugerido como una especie de salva-pantallas, protector de significados y de influencias, Manuel Rodríguez acciona con su presencia el resorte del pensamiento a través de cuadros idealizados, lienzos de imágenes estáticas sobre las que muestra algo así como una posible historia de la mirada del arte a lo largo de los tiempos, al menos por lo que respecta a nuestro contexto cultural y social, con el objetivo de invitar a una reflexión sobre el tema.
El recurso escénico es simple pero de gran efectividad visual: sobre un decorado blanco, pantalla y suelo, se activa como lo hace el ordenador un mecanismo de protección. El contraste entre la luz y la oscuridad, el movimiento y la imagen estática, el sonido y el silencio; y la escenografía y el negro absoluto con el que este magnífico bailarín resalta todavía más su presencia física, bien podrían ser la línea imaginaria, mínima, delicada y sensible de nuestra capacidad para ver y su perfeccionamiento: el mirar. Porque en medio de cada una de estas acciones se sitúan la intencionalidad y sus limitaciones. Y, cual si fueran cuadros naturalistas o instantáneas captadas en segundos, Manuel Rodríguez va creciendo en gesto e intensidad, en movimiento y coreografía hasta construir un reflejo histórico de nuestra particular manera de observar el arte, en la primera parte, y el posicionamiento en la danza, en la segunda.
Esta es una pieza para estetas, sensibles y contemplativos. También para amantes de la cadencia y la reflexión. Y aunque topa con algunos problemas de ritmo, sobretodo en la primera parte y de repetición, es una delicia para los buscadores de referencias cinematográficas, del arte pictórico y de la música. Y es que la mejor manera de reflexionar sobre la posición de la danza en el conjunto de disciplinas creativas, viene dada por su interacción y lo multidisciplinario. Solo así lograremos entender por qué resulta tan difícil para mucha gente. No porque no sepan interpretar sus códigos, sino porque alguien un día decidió desvincularla del resto de manifestaciones artísticas. En ello hay una inaudita historia de lo minoritario que aún no ha sido bien explicada. Pero sobretodo una tupida red de silencio sobre la que pocos están actuando tan decididamente como lo hace este artista.